María Magdalena
 fue la primera persona que
se encontró con Jesús Resucitado. Existe una
tradición muy antigua, no narrada por los
Evangelios, afirmando que el primer encuentro
fue en realidad con Santa María, la madre de
Jesús.  Sin embargo,  los Evangelios sólo relatan
como se encontró con Él Magdalena. San Juan
nos cuenta  ese encuentro, y en unas pocas líneas,
nos deja grandes enseñanzas para la vida.

1. No dejar de buscar

¿Cuál habrá sido el estado interior de María
Magdalena esa mañana de Domingo? Apenas
hubo un poco de luz fue corriendo al sepulcro.
Los ángeles les dieron el mensaje primero a las
mujeres, luego a Pedro y Juan, y aun así, ella no
se sentía tranquila hasta encontrar a Jesús. Qué
diferente sería nuestra vida si buscásemos a Jesús
con esa intensidad. ¿Por qué Jesús la eligió a ella
para ser la primera en verlo resucitado? Quizás porque
fue la que lo buscó con mayor afán. ¿Por qué no
se cansó de buscar? Quizás porque se sentía muy
necesitada del amor de Dios. Quien se siente satisfecho,
quizás muy lleno de uno mismo, probablemente poco a
poco dejara de buscar a Dios.

2. ¿A quién busco?

No hay duda de que María Magdalena ama con intensidad a Jesús… pero al mismo tiempo, es cierto también que había mucho que purificar. Cuando va el Domingo muy de madrugada su intención es terminar de embalsamar un cadáver. En el fondo, no le había entendido ni creído a Jesús cuando Él decía que iba a resucitar. Su amor y su fe eran todavía muy imperfectos. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» les dice el ángel a las mujeres, dándoles una gran alegría pero al mismo tiempo quizás con cierto tono de reproche. Cuando ve a Jesús, pensando que era el hortelano, Él mismo le pregunta: «¿A quien buscas?» Como si Jesús quisiese que primero tome conciencia de qué era lo que buscaba, invitándola a hacer un poco de silencio interior y cuestionar y purificar sus intenciones para poder hallar así la respuesta verdadera. Ella busca a Jesús… pero en un primer momento es todavía “su idea” de Jesús (recordemos que buscaba un Jesús muerto). Es decir, un Jesús a la medida de su fe imperfecta. Quizás por eso no logró reconocerlo en un primer vistazo.

3. De tú a Tú

María Magdalena recién reconoce a Jesús cuando oye de sus labios pronunciar su nombre: ¡María! Que bonito escuchar que Jesús diga nuestro nombre. Con cariño, con dulzura, con expectativa. No le importa que no le haya creído ni que su fe sea imperfecta. No hay reproche. Solo una invitación a una relación personal, de tú a Tú, con “nombre y apellido” como diríamos. Es la misma relación a la que nos invita a nosotros una y otra vez. Para poder entablarla te recomendamos que entres aquí, es una buena forma de empezar 🙂 Con Jesús no se puede tener una relación “teórica”, ni imponerle condiciones, ni darle un nombre que no es el suyo. Tiene que ser personal, y saber que es Dios. En el fondo, solo me encuentro y me conozco cuando escucho que Dios pronuncia mi nombre, cuando Él me revela quien soy y a qué me llama.

4. La misión más especial

Como en tantas historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, la identidad de la persona está relacionada con su misión. María Magdalena reconoce a Jesús y cae a sus pies, lo abraza y lo llena de besos. Jesús no la rechaza, pero le recuerda — una vez más— que María tiene mucho todavía por recorrer. Le hace comprender que debe ponerse al servicio para poder cumplir una misión: ser apóstol. No se trata de estar apegados sentimentalmente a Jesús, de un abrazarse desordenado lleno de sentimiento y pasión, quizás tan solo una búsqueda de consuelo personal (en el fondo egoísta). Se trata de ponernos a su servicio. Escuchar su voz. María debe anunciar la Resurrección a los demás: «vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Tendrá por eso un título muy grande: “Apóstol de apóstoles”. De paso, Jesús le está encomendando compartir uno de los frutos más importantes de su Resurrección: la filiación divina (“vete a mis hermanos…”). Es decir, de ahora en adelante, somos realmente hijos del Padre y hermanos de Jesús, de un modo completamente nuevo.

5. No huir de las cruces

Muchas personas se preguntan por qué Jesús se les apareció primero a las mujeres. Algunos contestan, y tiene sentido, que fue quizás como premio por ser ellas las que lo acompañaron de modo más cercano durante su Pasión. Los discípulos, con excepción de Juan, huyeron. A ellas, que fueron testigos de su Pasión y lo buscaron después con ansia, se les reveló primero. Quizás con ello hay una gran enseñanza: no huyamos de nuestras propias cruces. Nos hacen sufrir, y son muy dolorosas, pero vividas con fe y esperanza, darán enormes frutos en nuestra vida. ¿Qué mayor bendición que un encuentro cercano con Jesús?
Kenneth Pierce, catholiclink