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martes, 28 de noviembre de 2017

Para los que NO han ido a Misa el domingo

                           Es domingo: Contemplar y vivir el Evangelio del día

Jesucristo rey del universo



Jesucristo, Rey del universo

[Celebramos hoy, último domingo del año litúrgico, la solemnidad de nuestro
Señor Jesucristo, Rey del universo. El evangelio de hoy insiste precisamente
en la realeza universal de Cristo juez, pastor también, con la estupenda
parábola del juicio final. ¿Quién no conoce esta página tan elocuente del 
evangelio de san Mateo? “Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado 
la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el reino de 
Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, 
gracias a Dios existe en el hombre y en la historia” (Benedicto XVI). Añadir 
todavía que las imágenes de la parábola son sencillas, el lenguaje es popular, 
pero el mensaje es sumamente importante. ¿Cuál es? Es la verdad sobre 
nuestro destino último y sobre el criterio con que seremos juzgados].

Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… Y agradece la Presencia 
y el Amor del Señor que está… Por la fe y el amor contacta con Él… Oh mi 
Dios Trinidad a quien adoro… Gloria y alabanza a ti. Habla, Señor, que tu
 siervo escucha… Espíritu Santo hazme dócil…

Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 25, 31-46

Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dijo el rey a los de su derecha: “venid vosotros, benditos de mi padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuvo desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey le dirá: “En verdad os dijo que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermano más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id a fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿Cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Él replicará: “En verdad os digo lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irá al castigo eterno y los justos a la vida eterna”. 

Contemplar…, y Vivir… 

Pasemos a la contemplación del misterio.

>Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Esta es la composición de lugar. Sitúate ante esta escena. Es grandiosa. Uno se siente pequeñito ante esa realidad. Podrás ver ahí gente conocida: familiares, amigos… Están, muchedumbre incontable, con Dios. Sus rostros luminosos expresan una felicidad indecible… Están en un mundo nuevo inimaginable. Pero verdadero. Si estás atento, qué te dice el corazón, de qué te habla todo ello. Contempla: ¿dónde te gustaría estar ahí? ¿Junto a quien? ¿Se enardece de algún modo tu espíritu, tu deseo? Es la verdad de nuestro destino último: el juicio divino de la humanidad. La verdad de las verdades.
>Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. 
Jesús, el Hijo del hombre, el pastor y juez último de nuestra vida, separa a unos de otros a su derecha e izquierda; Él conoce a cada uno como nadie: su corazón, sus obras: lo que han hecho, cómo, por qué y a quién… Sólo Él… Ábrele tu corazón y confía en Él. Nada hay oculta que no salga a la luz…     

>Entonces dijo el rey a los de su derecha: “venid vosotros, benditos de mi padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Pocas, claras y muy consoladoras palabras éstas de Jesús: confirman la salvación de quienes ha puesto a su derecha: venid…, benditos…, heredad el reino preparado para vosotros…, desde… No se necesita más. ¿Cuál sería el gozo de aquellos obradores del bien a los demás? ¡Un estallido exultante del corazón! ¿Qué sientes tú al oírlas? Acógelas una a una como dichas para ti y pidiendo que ya desde ahora sean para ti: palabras de gran esperanza, consuelo y bendición. Palabras primeras y últimas. Pero el Señor va más allá y les da las razones: no son un capricho de Dios para algunos. Son lo que algunos, muchos, muchos, ¡ojalá todos!, han deseado que fuera, porque han vivido para los demás. Por mis hechos, ¿me estoy haciendo yo merecedor de una tal acogida y bendición?

>Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuvo desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”
Por esto, venid; por esto, benditos y herederos del reino; para estos ha sido querido y preparado con mucho esmero y amor ese reino. No por decir, “Señor, Señor…”, sino por haber tenido ese pequeño gran detalle con el necesitado: darle de comer, o beber, o visitarle, o vestirle, o recibirle y acogerle… Pero, ¿dónde está el secreto de esas obras, para que tengan tan gran premio? El secreto es este: primero, en que eso es lo que hizo Jesús en su vida con los demás; segundo, en que Jesús mismo está en esas personas necesitadas: conmigo los hicisteis, afirma rotundamente el Señor, y tercero, en que quien lo hace y para hacerlo ha salido de sí, se ha olvidado de sí mismo, se ha acercado al otro, le ha mirado y se ha interesado por él, le ha amado… ¡Le ha tratado como persona digna!

>Pero, “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre…, sed…, forastero…, desnudo…, preso…, enfermo…”? ¡Es que ni nos hemos dado cuenta, vamos! Y les dice: “En verdad os dijo que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Así de clarito, llano y contundente. No lo puedes olvidar: la cercanía y la ternura, el amor concreto no las palabras son la norma de vida para ti y para mí. Todavía más: a partir de eso seremos juzgados. Eso es vivir como Jesús según el Evangelio. Eso nos pide. Todo lo demás… ¡hasta puede estar demás!

--Esto lo predicó así el Papa Francisco: “La salvación no comienza con la confesión de  la realeza de Cristo, sino con la imitación de sus obras de misericordia a través de las cuales Él realizó el reino. Quien las realiza demuestra haber acogido la realeza de Jesús, porque hizo espacio en su corazón a la caridad de Dios. Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor, en la proximidad y en la ternura hacia los hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o no en el reino de Dios, nuestra ubicación en una o en otra parte. Jesús, con su victoria, nos abrió su reino, pero está en cada uno de nosotros la decisión de entrar en él, ya a partir de esta vida -el reino comienza ahora- haciéndonos concretamente próximos al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis. Y si amamos de verdad a ese hermano o a esa hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más valioso que tenemos, es decir, a Jesús y su Evangelio”.

-Los de su izquierda no hicieron así simplemente. No hicieron nada por Jesús y a lo mejor habían “rezado mucho”. Por eso concluye la parábola con estas palabras del rey, juez y pastor, Jesús: Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna”. ¿Qué estoy haciendo yo? ¿Cómo vivo mi vida cristiana? ¿Lo es de verdad? Porque si no es así…

Para terminar: Concluye recogiendo los sentimientos, ideas o sugerencias que has percibido en la contemplación. Dale gracias al Señor e intenta conservarlas para irlas “recordando” poco a poco a lo largo de la semana, para ver cómo van pasando a tu vida. Pídelo al Señor: Padrenuestro…

 Dentro, muy dentro de ti, ReL



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