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martes, 17 de octubre de 2017

No fuiste a Misa el Domingo: mira lo que te has perdido

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

 perder la misa dominical

28º domingo del Tiempo Ordinario

Para empezar: Retírate… Silénciate… Recógete… Y agradece que ya estuviera esperándote el Señor… Y tú: Oh mi Dios, Trinidad que vive en mí, te adoro… Gloria al Padre y al Hijo… Oh Tú que vives en mí en lo más hondo de mí, que resuene tu voz en lo más hondo de mí… Con tu fuego de Luz y Amor, Espíritu Santo de Dios…

Leer despacio el texto del Evangelio: Mateo 22,1-14

Jesús volvió a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar a otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: ´Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda´. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:  ´La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda´. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó que uno no llevaba traje de fiesta y le dijo: ´Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?´ El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: ´Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes´. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”. 

Contemplar…, y Vivir…

[Sigue Jesús hablando en parábolas a los sacerdotes y ancianos del pueblo. ¿Por qué será? Con insistencia se dirige a los que más saben de religión y de leyes, con el método de las parábolas, el que usa con los que menos saben de todo eso ¿Por qué será? Están tan aferrados a la ley y su riguroso entendimiento y práctica, que no llegan a captar la Buena Nueva del reino que trae y es Jesús, como Mesías esperado. Hay que decírselo y repetírselo de las maneras más prácticas y elocuentes, y ¡con todo!… ¡Que no nos pase a nosotros!] Contempla, oye a Jesús, mira y admira sin perder palabra…

>El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo… La imagen para explicar lo que es el reino de los cielos, es la boda de su hijo y el banquete. 

Es la imagen de la fiesta, de la alegría, del banquete, de la amistad, de la abundancia, de la unión-comunión y de la vida: y todo esto se queda muy corto para expresar lo que es el reino de Dios. ¿Me doy cuenta de lo que estoy llamado a vivir cuando acojo a Jesús y su Evangelio? La boda se ha llevado a cabo cuando el Hijo de Dios se ha encarnado, haciéndose uno con la humanidad: se ha desposado con nuestra humanidad, y se hecho así uno de nosotros, con nosotros, sin dejar de ser Dios. ¿Me doy cuenta de lo que soy y llevo dentro desde el Bautismo?

 El banquete nupcial es el mismo Jesucristo, su vida y amor, su entrega, su Iglesia, su Eucaristía, la misma vida eterna, en fin. ¿Y no voy a ser capaz de participar en tanto bien y gozo a lo que el Señor me ha invitado con el don de la fe? ¿No voy a querer? ¿Seguro? ¿No puedo caer en la cuenta de lo que eso es y supone, del regalo que Dios me ha dado, haciéndome hijo suyo? ¿De verdad? Despacio, contempla esa boda, ese banquete y… ¡tú en él! ¿O no? ¿Tu lugar está vacío? ¡La invitación de Dios sigue en pie! Piénsatelo…

>Mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir…, ellos no hicieron caso… Y eso una vez, y dos y tres… Los invitados no responden positivamente a la invitación, al contrario. ¿Será posible tanto rechazo? Así fue el pueblo judío. Y hoy, nosotros, muchos de nosotros, ¿acaso no rechazamos las llamadas y las invitaciones de Dios a participar en el banquete de la vida y de la fe y del amor? ¿Seguro que no? Este es el drama del hombre, el drama de la humanidad. ¿Es acaso mi drama? 

Pero Dios, que nos  ha creado para la felicidad, también en esta tierra, sigue insistiendo, llamando e invitando. A través de mil circunstancias varias, y de personas. Y con mucho amor. Todos los días. Es que Dios no se desanima. Por eso que, ¡otra vez!, por mandato de su señor:

>Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Está muy claro: Dios quiere que cada uno y todos, participen en el banquete que Él mismo nos ha preparado: aquí en la tierra: Jesús, la Iglesia, la Eucaristía, y allá en cielo, la Vida Eterna, que es Dios mismo en su plenitud de Amor y Comunión. 

El rechazo de sus criaturas, que somos nosotros, es un misterio, tanto más grande cuanto que fundamentado en la libertad humana, que es también un don participado de Dios a cada ser humano. No hay duda: “a la generosidad de Dios tiene que responder la libre adhesión del hombre”. ¿En qué estoy yo? ¿Entre los que acogen o rechazan? Aquí se juega el drama humano. Algo aún más maravilloso y que retrata a Dios: el rechazo de los primeros invitados tiene como efecto la extensión de la invitación a todos sin excepción, buenos y malos, también a los más pobres, abandonados y desheredados. Casi nada, ¿no? La bondad de nuestro Dios y Padre no tiene límites. ¡Qué locura de Amor, la suya! ¿Me alegro yo de eso? Pues muy mal, si no lo hago.

>El rey entró a saludar a los comensales, reparó que uno no llevaba traje de fiesta y le dijo: ´Amigo, ¿cómo has estrado aquí sin el vestido de boda?´ El otro no abrió la boca. Contempla la escena: gozo y alegría porque viene el mismo rey a saludar a los invitados; y al mismo tiempo, silencio y estupor cuando se detiene con uno que no lleva traje de fiesta, la pregunta que le hace y el silencio avergonzado, se entiende, de aquel hombre…, en definitiva, excluido de la fiesta de aquella manera. Los santos Padres lo explicaban así: ¿Cómo es posible que este comensal haya aceptado la invitación del rey y, al entrar en la sala del banquete, se le haya abierto la puerta, pero no se haya puesto el vestido nupcial? ¿Qué es este vestido nupcial? Este pobre hombre ha aceptado la invitación de Dios y tiene, en cierto modo y grado, la fe, que es la que le ha abierto la puerta de la sala, pero aún le faltaba algo esencial: el vestido nupcial, que es el amor, la gracia de la caridad: el amor a Dios y a los demás. “Si no tengo amor nada soy” (san Pablo). 

Lo que significa, en definitiva, estar revestido de Jesucristo, que así aconteció para cada uno en el bautismo. Entonces, solo entonces se puede participar plenamente, gozosamente en el banquete nupcial, sea el de la Eucaristía, sea el del cielo. ¿Cómo guardo, custodio y acreciento yo la fe y la gracia, mediante el profundo amor a Dios y a los demás? No puedo olvidar que a veces el vestido nupcial se mancha o rasga por el pecado personal… ¿Y entonces? Mira: la bondad de Dios no nos abandona a nuestro destino, sino que con el sacramento de la Reconciliación nos ofrece la posibilidad de recuperar en su integridad el traje nupcial necesario para la fiesta. ¡Cuánto amor y cuánta hermosura en todo esto!, ¿no? Está muy al alcance de la mano. ¿Hago lo posible para vivirlo?

Para terminar: Te despides del Señor como un amigo lo hace de otro amigo… Pocas palabras, algún gesto… Y dale gracias por este tiempo, este momento de gracia. ¿Ha sido sereno? ¿Pacífico o tumultuoso? ¿Qué palabra, qué gesto, qué huella te ha marcado más en el trato contemplativo con Él? Recógelo, se lo ofreces y no dejes de recordarlo, rumiarlo, pasearlo por las calles con tu vida y trabajo. Haz una oración sentida desde tu corazón…


 Dentro, muy dentro de ti, ReL


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