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lunes, 23 de octubre de 2017

¿Cómo saber qué quiere Dios para mí?


¿Cómo elegir la posición correcta? ¿Cómo saber lo que de verdad me conviene? ¿No me equivocaré y erraré el camino?

No sé bien cómo manejar la incertidumbre en mi propia vida. Cómo hacer para no temer ante el futuro incierto, cuando no consigo tener certezas. Me da miedo enfrentarme a lo que no controlo. No ser dueño de los tiempos. Ni del resultado de mis apuestas en la vida.
Me asusta ver que la paz o la guerra no dependen del deseo de mi corazón. No quiero dejar que me lleve la rabia al vislumbrar caminos que no deseo. Ni que el miedo me impida avanzar cuando todo parece difícil e incierto.
No quiero que el fin justifique los medios que empleo para alcanzarlo. Aunque el fin sea bueno a veces los medios puede que no sean tan buenos. No quiero ofuscarme por poseer lo que deseo. No quiero que los sueños e ideales que escucho y se apoderan de mí lleguen a manejar mi alma. No quiero confundirme y pensar que lo que logro hacer es todo lo que se puede hacer y nada más.
No sé bien qué hacer cuando las posiciones opuestas se enfrentan sin un aparente camino de salida. Todo es oscuro a mi alrededor. Y a la vez hay mucha luz, mucha esperanza.
Es verdad que no sé qué ocurrirá mañana. Ni los días siguientes. No sé bien cuál es el deseo de Dios para mi vida. No conozco su deseo más íntimo. Lo pronuncia dentro de mí pero yo no lo oigo. Tal vez el ruido del mundo me perturba.
Siguiendo los pasos de S. Ignacio leía: Buscar la voluntad de Dios. Una propuesta inmensa y difícil al tiempo. ¿Nunca te lo has preguntado? ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Nunca te lo ha planteado alguien, llenándote de incertidumbre? En la vida te conviene buscar la voluntad de Dios [1].
Buscar el querer de Dios cuando todo se llena de dudas y miedos. Buscar su voluntad cuando yo pretendo seguir sólo mis deseos. Buscar su voluntad cuando no controlo mis pasos en medio de la noche.
¿Cómo elegir la posición correcta? ¿Cómo saber lo que de verdad me conviene? ¿No me equivocaré y erraré el camino? ¿Y si fracaso en mis opciones de vida y pierdo amigos, seres queridos, incluso la vida entera?
A veces sólo pretendo asegurarme el futuro. Temo tanto la muerte. Me da tanto miedo perder lo que amo. Lo único que debería preocuparme es vivir de verdad cada momento. Amar sin poner barreras. Soñar con lo más alto, con lo bueno, con lo noble, con lo bello.
Pero en este mundo inquieto y lleno cambios, me turbo. Y no sé bien cómo hacer para elegir la posición correcta, el bando adecuado, el lugar pacífico. Unos me dicen que siga un camino. Otros me señalan el contrario. En los dos hay algo de verdad. En los dos algo es atractivo. En los dos hay también mentiras. No sé cómo optar por mi camino.
Reza un proverbio hindú: Dondequiera que el hombre pone su pie, pisa cien senderos. ¿Y si no sé descubrir mi camino entre tantos posibles? ¿Cómo hacer para no errar mis pasos, para no dejar heridos con mis opciones de vida, para no hacer más daño? ¡Hay tantas cosas inciertas en este camino que recorro!
¿Cómo saber lo que Dios me pide? ¿Cómo saber dónde quiere que entregue mis fuerzas? ¿Cómo saber cuándo camino tomado de su mano?
Jesús pasó por la tierra liberando los corazones. Acogió a unos y a otros. Le pusieron tantas veces en la misma encrucijada: En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Buscaron encasillarle en una postura, en un grupo. Quisieron hacerle enemigo de los contrarios. Quisieron que decidiera del lado de quién estaba. Su posición. ¿Había venido Jesús para todos o sólo para algunos?
Jesús no se dejó engañar. No cayó en el juego de los hombres. No se alineó con unos dejando de lado a otros. Eso siempre me impresiona.
Podía haber optado por los poderosos del mundo para imponer su reino. Podía haber elegido a los más sabios y conocedores de la ley para allanar su camino. Podía haberse protegido. Pero no lo hizo.
No cayó en el juego de los engaños. Buscaban su ruina. Él vino a salvar a todos. A los buenos y a los malos. A los puros y a los impuros. A los de un lado y a los del otro. A los que nadie quería y a los que todos amaban. Jesús se hizo carne de todos. Alma de un mundo herido. Y quiso amar a los que tantos rechazaban.
Su corazón inmenso me muestra un camino a seguir. Jesús fue un hombre libre que amó a todos hasta el extremo de la cruz. Su libertad estuvo en el amor, no en el odio. No defendió con odio su postura. No recurrió a la violencia para hacer vencer sus puntos de vista. El que usa la violencia pierde la razón.
Tagore decía: La verdad no está de parte de quien grita más. Él guardó silencio. Otros gritaban. Jesús me ha mostrado cómo tengo que vivir yo. Quiere que yo ame hasta la muerte. Quiere que entregue mi corazón y al mismo tiempo viva libre para darme.
Quiere que lo deje todo por seguir siempre sus pasos: Jesús les invita a dejar la casa donde viven, la familia y las tierras pertenecientes al grupo familiar. No es fácil. La casa es todo: refugio afectivo, lugar de trabajo, símbolo de la posición social. Romper con la casa es una ofensa grave para la familia y una deshonra para todos. Pero sobre todo significa lanzarse a una inseguridad total [2].
Jesús me invita a vivir en la incertidumbre de los caminos sin buscar seguridades. Me invita a no aliarme con los poderosos, a no esconderme entre los que protegen mis pasos. Me quiere libre, sin ataduras, sin cadenas. Así quiero vivir yo.
[1] José María Rodríguez Olaizola, Ignacio de Loyola, nunca solo
[2] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica

Carlos Padilla Esteban, aleteia

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