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martes, 13 de junio de 2017

¿Eres tan amable como crees que eres?

La mayoría de la gente no lo es, según un estudio reciente.
 Pero hay 3 formas de mejorar

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MICHAEL RENNIER, aleteia
¿Qué significa ser una buena persona? Generosidad de corazón, consideración y siempre con una sonrisa podrían ser unos buenos atributos para empezar a definirlo. Un estudio reciente dirigido por psicólogos de Goldsmiths, Universidad de Londres, entrevistó a personas y les pidió que definieran la bondad con sus acciones.

Los participantes respondieron a una serie de preguntas sobre acciones “buenas”, como indicar direcciones a alguien que se ha perdido, ceder el asiento en el transporte público, donar sangre u ofrecerse a alguien para cargar las pesadas bolsas de la compra. ¿El resultado? “Tal vez te consideres una buena persona, pero según un estudio reciente, puede que no seas tan buena como crees”, escribe Rachel Hosie para The Independent.
Muchos de esos ejemplos comunes de buenas acciones diarias resultaron ser menos comunes de lo que pensamos.
Mientras leía este estudio, pensaba “y yo, ¿soy en realidad una buena persona? ¿Qué opinarían los demás sobre mí?”. Nunca he ayudado a una señora mayor a cruzar la calle ni he invitado al café a la persona detrás de mí en la cola. Pero incluso en situaciones cotidianas más típicas, este estudio me abrió los ojos sobre aspectos en los que me quedo muy corto en comparación con la percepción que tengo de mí mismo.
Hay algunos aspectos en los que voy bien; por ejemplo, siempre abro las puertas para que los desconocidos pasen antes y me sumo a la circulación de la autopista de forma respetuosa. Nunca intento colarme al principio de una cola y siempre trato de saludar y mirar a los ojos a la persona en el cajero del supermercado.
Pero hay otros hábitos de bondad y amabilidad que, directamente, me faltan. Olvido felicitar a la gente por su cumpleaños. Nunca los recuerdo con antelación suficiente como para hacerles un regalo considerado, ni siquiera una tarjeta. Tiendo a olvidarme de los amigos por largos periodos de tiempo y no hago mucho esfuerzo por mantener la relación (la excusa es la típica: líos con el trabajo y la familia).
Más de una vez he visto a desconocidos caerse en público y tardé más de lo que dicta la vergüenza en reaccionar y darme cuenta de que podría ser una respuesta de consideración humana el dejar de mirar y ayudar de verdad a la persona para comprobar si está bien.
Es curioso cómo un rápido examen de conciencia trae claridad a un ámbito en el que (al igual que muchos otros, según parece) pensaba que iba perfectamente bien para mí. No tenía el valor de preguntar a la gente para confirmar si de verdad soy amable o no, pero sospecho que las respuestas habrían incluido largas e incómodas pausas seguidas de una garantía pretendida de que por supuesto soy una buena persona. Sería culpa mía, claro, por preguntar algo de forma tan directa e inesperada (y desconsiderada) a un amigo.
Así que, ¿por qué hay diferencia entre lo buenos que pensamos que somos y como somos en realidad? En lo que a mí se refiere, sé que me centro mucho en mis buenos momentos y que olvido los malos. Puedo vivir fácilmente de la gloria de aquella vez que compartí mi paraguas, y ese recuerdo tiene un efecto deformador sobre todas las otras acciones no tan buenas de las que soy culpable.
Otras personas no sufren de esta misma distorsión en la forma en que me perciben; o sea, que, en cierto sentido, los demás nos ven con más precisión de la que nosotros nos vemos. Este efecto distorsionado no solo está presente en la percepción de la bondad y cabe señalar que es también un fenómeno demostrado que sucede con la apariencia física (básicamente, todos pensamos que somos más guapos de lo que en realidad somos).
Otro motivo posible para esta diferencia entre percepción y realidad es que racionalizamos nuestro propio comportamiento y somos expertos en darnos el beneficio de la duda. Combina esto con el hecho de que somos menos generosos a la hora de dar el mismo beneficio de la duda a los demás y… ¡tatatachán! Soy superbuena persona en comparación a los demás.
Es como cuando voy conduciendo por la autopista y accidentalmente le corto el paso a alguien al adelantarlo por la derecha o al hacer alguna maniobra extraña. Sé que ha sido un error, así que para mí es fácil racionalizarlo, pero mientras tanto la persona en el coche de detrás echa humo de frustración por ese conductor desconsiderado de delante (¡yo!).
Esta diferencia de amabilidad existe también porque malinterpretamos las consecuencias de ser bueno. Un resultado curioso del estudio es que ser “bueno” parece estar relacionado con el “éxito”. Pensamos, erróneamente, que si una persona gana un montón de dinero, al menos es en parte porque tienen por costumbre hacer buenas acciones. Este no tiene por qué ser el caso en absoluto.
Quizás por eso idealizamos a algunas estrellas pop y famosos incluso cuando su comportamiento personal no tiene nada de admirable. Damos por sentado que deben ser buenas personas, de lo contrario, ¿cómo podrían haber llegado a ser tan famosos?
Si quiero hacer que mi imagen de mí mismo de color de rosa sea una realidad, hay una serie de pasos prácticos para ser mejor persona:
El primer paso es descartar las ilusiones y admitir sinceramente que no soy tan bueno ni amable como pensaba. No me desvivo para ayudar a la gente tanto como pienso en mi presumida mente, y hay muchos otros aspectos que puedo mejorar.
Segundo, no debería sobrestimar las buenas acciones de mi pasado. Ser bueno es un hábito diario. Tercero, tengo que ser bueno con todas las personas, al margen de las circunstancias, y no preocuparme por que mis acciones estén conectadas con el éxito.
Por último, y lo más importante, dejar de pensar en la diferencia entre percepción y realidad y dejar de preocuparme por lo que piensen los demás. La mejor respuesta posible a un estudio como este es redirigirnos a ser buenas personas por el hecho de serlo, no porque dé buena reputación. Se trata de preocuparnos sinceramente por los que nos rodean y contribuir a hacer del mundo un lugar mejor.

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