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martes, 6 de junio de 2017

7 cosas que los niños dicen a los psicólogos (pero temen demasiado decir a sus padres)

Como psicólogo infantil, escucho las cosas sobre las que los niños quisieran hablar con sus padres... si pudieran

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JIM SCHROEDER, aleteia

¿Recuerdas si en tu infancia deseaste en algún momento poder decir algo a tus padres pero tenías miedo de hacerlo? ¿Quizás incluso hay algo que te hubiera gustado decir a alguien esta misma semana pero que reprimiste?

Como psicólogo infantil, tengo oportunidad de hablar con muchos niños sobre muchos temas que temen abordar con sus padres y que desearían poder hablar (y que probablemente debieran tratar).
No me refiero a decir algo que les haga parecer listillos o conseguir algo que quieran, no, hablo de cuestiones del corazón, de la mente y del alma, y problemas que influyen en nuestras vidas durante generaciones. Son el tipo de cosas que me gustaría que mis propios hijos me dijeran si lo sintieran necesario (y al mismo tiempo no quisiera que tuvieran que decirlo, en un sentido emocional).
Así que aquí hay unas cuantas cosas, sin ningún orden particular, que he escuchado decir a los niños y que sus hijos podrían estar pensando también:
1. “¿Por qué tengo que disculparme cuando mi papá no se disculpa?”
Los niños empiezan a diferenciar el bien del mal desde los primeros años de vida, inicialmente a partir de lo que les dicen sus padres y otras figuras de autoridad. Aunque los adultos siguen en su “pedestal” hasta poco después de que la moralidad de los niños empieza a desarrollarse, los niños empiezan antes a percibir cómo respondemos los padres ante nuestros errores. Desde la escuela primaria ya entienden si sus padres reconocen cuándo ellos mismos se han extralimitado, equivocado o juzgado mal. Con el tiempo, esto no influye únicamente en la percepción del niño de cuán impenetrables son los padres en relación a sus propios errores, sino que también influye en la probabilidad de que un niño o un adolescente esté dispuesto a disculparse.
2. “¿Por qué vive [el novio de mamá] en casa si se acaban de divorciar?”
Me ha sorprendido la cantidad de veces con el paso de los años que los padres adoptan rápidamente decisiones sobre su situación vital sin siquiera mencionar el nuevo cambio a sus hijos, como si fuera equiparable a mover un nuevo mueble al dormitorio. Un padre me dijo una vez que es una “decisión de adultos” y no de los niños. Bueno, sí, es una decisión de los adultos, pero puede afectar gravemente a su hijo de múltiples formas y debería tratarse con el cuidado que merece.
Más allá de los cambios en las situaciones vitales, es también interesante señalar que los niños son conscientes de las amistades que tienen sus padres y pueden notar inconsistencias entre con quiénes quieren sus padres que “se junten” y con quiénes “se juntan” mamá o papá. Si tú, como adulto, tienes un amigo bebedor, malhablado y grosero y al mismo tiempo tratas de convencer a tu hijo de que se busque una pandilla “mejor”, puede ser una lección difícil de comprar.
3. “Odio que mamá fume porque no quiero que muera”
Ya sea con la comida, la bebida, el tabaco o cualquier mal hábito, los niños se entristecen con la mala salud de los padres. Al margen de la incomodidad o la molestia que el hábito cause a los niños, sin duda odian ver que sus padres tienen dificultades con unos hábitos que les causan dolor. Lo contrario también es cierto: a los niños les encanta hablar y correr la voz de los éxitos de sus padres en cualquier ámbito.
4. “Mamá y papá siempre discuten y se enfadan por todo”
Esta es probablemente una de las cosas más comunes que oigo. Ahora, como con toda percepción de la realidad, siempre está la pregunta de dónde se encuentra la verdad y, sin duda, soy consciente de que en ciertos casos esta frase no siempre refleja el clima real del hogar. Pero en ciertos hogares sí es así y esto desvela un nivel de tensión que los niños conocen muy bien que es tan insano como asfixiante. Los niños están profundamente sintonizados con nuestra ansiedad e irritabilidad y sienten que las declaraciones airadas superan en número a las felices dentro de casa.
5. “Él nunca lo hace, así que ¿por qué tengo que hacerlo yo?”
Más de una vez he escuchado a un muchacho comentar que su padre nunca se levanta del sofá para ayudar, así que ¿por qué debería hacerlo él? Hay ocasiones en las que los dobles raseros entre padres e hijos son apropiados (por ejemplo, tú no puedes conducir, pero yo sí) y en las que las responsabilidades no tienen por qué estar dispuestas de forma perfectamente simétrica. Pero tenemos que recordarnos regularmente algo que ya sabemos: si quiero que mis hijos crezcan en ciertos ámbitos y que asuman nuevas tareas, yo tengo que demostrar capacidad y frecuencia a la hora de hacerlo yo mismo. De lo contrario, no cabe duda de que no estoy respaldando lo que digo con lo que hago.
6. “Nunca me dicen nada sobre las cosas buenas que hago”
Como padre o madre, apenas hace falta ninguna reflexión para dirigirnos a nuestros hijos cuando se meten en discusiones, dejan la ropa por el suelo o atascan el retrete con un montón de papel higiénico. Sin embargo, destacar los momentos en que actúan bien o cumplen con las obligaciones diarias no es siempre lo primero que nos salta a la mente o a la lengua. No obstante, todas las investigaciones que se pueden encontrar al respecto afirman que los comentarios regulares que enfatizan un acierto no solo contribuyen a mejorar la relación paterno/materno-filial, sino que disminuyen la probabilidad de que los hijos vuelvan a equivocarse.
7. “En realidad sí me importa lo que piensen de mí”
Me parece importante terminar con un comentario positivo, aunque a nuestros hijos (sobre todo a los adolescentes) les cueste admitirlo. A medida que crecen nuestros hijos, quizás actúen como si no les importara lo que pensamos de ellos o de lo que hacen. No obstante, como demuestran las etiquetas de Mamá y Papá como reflejo del tiempo y la atención que les hemos dado, a ellos les importamos más de lo que creemos, e incluso ellos lo saben. Es algo que tienen incrustado en los recovecos más profundos de su mente y en unos gestos y expresiones que probablemente resulten perturbadoramente familiares. Quizás no siempre tengan su simpatía, pero confiamos en que siempre tengan su amor.
Y quizás, y solo quizás, esta vez se lo digan en voz alta.

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