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sábado, 19 de noviembre de 2016

La Santa Misa contada en Historietas 27




27. Lo perseguía
(Plegaria universal)


Un escritor piadoso dijo una vez: "Jesucristo, nuestro Señor nunca se ha reído". Eso es tan equivocado como nada más puede serlo. Ahora bien, la alegría del Señor no era ruidosa, sino un poco recatada, un tanto escondida. Esto lo muestra la siguiente historieta que Jesús mismo ha contado (según San Lucas 18, 1-8).

Había en una ciudad un juez injusto. No temía a Dios y despreciaba a los hombres. También vivía en esa ciudad una viuda. Ella vino donde el juez y le dijo: "¡Hazme justicia contra mis adversarios!" Mucho tiempo el juez no le prestaba atención. Pero la mujer perseguía al juez. Por donde lo encontraba allí se quejaba delante de él. Hasta le amenazaba quejarse ante sus superiores. Movía sus manos delgadas delante de su cara. Esto le dio miedo al juez. Él dijo: "Le haré justicia aunque no tema a Dios ni respete a nadie".

Un pintor no hubiera podido pintar una escena que diera más risa como lo hace la parábola de Jesús. Un potentado del pueblo tiembla ante una anciana. Le da lo que pide porque no deja de pedir y pedir.

Jesús cuenta esta historia alegre de un pueblo no para provocar la risa. La concluye así: "¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos cuando claman a El día y noche? ¿No les hará justicia pronto?" Quiere despertar nuestra confianza en Dios. Quiere invitarnos a una oración con mucha fe.

Con la Oración Universal - generalmente la llamamos peticiones - concluye la Liturgia de la Palabra. Lecturas, Evangelio y prédica, la Palabra de Cristo nos ha afirmado en la fe. Por eso sigue el Credo. Así somos afirmados en la confianza. Por eso siguen las peticiones.

A veces uno podría reírse un poco cuando se hacen las peticiones: cuando se quejan siempre de lo mismo y cuando son muy similares a la viuda, o cuando utilizan pomposamente las últimas noticias del periódico, más aún cuando quieren enseñar a Dios lo que ha hecho mal y lo que debe hacer. Las peticiones deben ser tan actuales, sencillas y tan humildes como las súplicas de la viuda. Al mismo tiempo deben ser llenas de confianza como Cristo el Señor desea que sean - tan llenas de confianza como cuando los niños escriben sus pedidos de Navidad para sus padres. Entonces las mismas peticiones nos hacen alegres. ¡Cuánto más cuando se cumplen!

Las peticiones no están solamente para dar la alegría. Son poderosas e importantes. El gran Moisés que traía del monte Sinaí los diez mancamientos de Dios, ya de anciano no pudo más luchar contra los enemigos de Dios. Entonces se subió a una montaña y extendió los brazos en oración. Cuando rezaba el pueblo tenía éxito en la batalla. Cuando bajaba los brazos los suyos eran derrotados. Por eso dejó que dos jóvenes le sostuvieran los brazos en alto. Por eso el pueblo elegido venció por las peticiones de Moisés.

Cuando nosotros pedimos por la Iglesia, los gobernantes, los que sufren yu por los presentes entonces les sostenemos en alto los brazos de los santos.



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