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sábado, 12 de noviembre de 2016

La Santa Misa contada en Historietas 25











25. Se durmió durante la homilía.

(Sermón)



En Troas hacía un calor sofocante. La ciudad en el triangulo entre Asia menor, el Mar egeo y el Mar Mármara había sufrido más que una conflagración en su historia; siempre de nuevo la habían incendiado - lo más completamente en la guerra de Troya - y la habían edificado de nuevo. Una atmósfera de los incendios de la historia había también en aquel día.

En el aposento alto, en el tercer piso se había reunido la comunidad cristiana. Era domingo. Luego del calor de trabajo habían venido para celebrar el día del Señor, el día de su Resurrección. En la pequeña sala el calor era insoportable. Habían encendido muchas lámparas. El número de los reunidos era grande.

Estaba presente un joven llamado Eutyques. Estaba cansadísimo por el trabajo del día, por el calor y el ambiente sofocante de la sala. Había buscado un lugar especial en el marco de una ventana. Apoyando la cabeza en las rodillas, descansando el cuerpo agotado contra la pared podía disfrutar de la suave corriente de aire que entraba a la sala.

Estaba predicando el Santo Apóstol Pablo. De camino a Mileto solamente por siete días se quedaría el Apóstol de las Gentes en Troas. Por eso la muchedumbre reunida. Estaban acostumbrados a celebrar los domingos la Santa Misa - la llamaban "fracción del pan" -. El gran Apóstol había atraído a todos. No tenía una voz potente. Pero hablaba con pensamientos y palabras poderosas. Tenía mucho que decir. Él sabía perfectamente que era la última vez que estaba en Troas, que ya no volvería más. Así hablaba y hablaba.

Ya se acercaba la medianoche. El joven Eutyques había escuchado con entusiasmo. Pero se le cerraban los ojos. Luego inclinaba la cabeza sobre sus rodillas. Finalmente se durmió tan profundamente que no sabia ya donde estaba. Perdió el equilibrio y se cayó del tercer piso a la calle. La gente escuchó un grito, luego algo pesado que caía al suelo de la calle. Repentinamente la santa asamblea comenzó a ponerse nerviosa como una colmena de abejas. Pablo atravesó la muchedumbre y bajó rápidamente las escaleras. Abajo yacía sin movimiento el muchacho. Pablo se tiró sobre él. Luego dijo: "Está vivo".

Por supuesto que les expertos se ocupaban del accidentado. Pablo continuaba arriba la celebración y hablaba hasta rayar el alba. De repente un movimiento en la puerta de la sala. El muchacho volvió, riendo, como si nada hubiera sucedido. La gente gritaba de alegría y no sabían si debían aplaudir más al Apóstol o al muchacho salvado.

La prédica no era tan fácil ni en los tiempos de los Apóstoles. - Tenía lugar después del evangelio. Si llega a faltar alguna vez cualquiera se da cuenta cuánto calor pierde la Misa. Algunos hacen largos caminos para escuchar a un buen predicador. Pero la prédica puede ser también una carga para la Misa - cuando es demasiado prolongada y cuando se habla y la gente no entiende, cuando es aburrida o cuando el predicador es duro y sin amor. Una buena prédica lleva a la vida; hace que la celebración y los participantes tengan más vida.




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