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domingo, 28 de agosto de 2016

La santa Misa contada en historietas 8





8. Llegó una hora demasiado temprano.
(La Misa - Una Fiesta del Cielo)

San Félix de la casa real francesa de los Valois había dejado la corte real, se había hecho monje y había fundado la orden de la Santísima Trinidad para la liberación de los prisioneros. En aquel entonces fueron capturados muchos cristianos por los sarracenos o los corsarios en pequeñas batallas navales y llevado a África del Norte. Muchos, muchísimos le deben al santo, a su obra y a sus religiosos la libertad y la vida. Estos tenían un voto especial: si no había ya dinero para rescatar a los cristianos, ellos mismos se entregarían al cautiverio en reemplazo de los prisioneros para lograr así su libertad.

Félix había llegado a los 85 años. Se celebraba la Fiesta de la Navidad. Luego de una colación austera en la Nochebuena los monjes habían cantado las vísperas (= la oración de la tarde de la Iglesia). Luego se acostaron para dormir unas horas para estar descansados para la celebración de la Misa más importante de la fiesta, la Misa de Gallo a medianoche. El santo escuchó que el reloj daba las 11.30. Se alistó rápidamente y bajó a la capilla unos minutos antes de las doce. El recinto estaba pródigamente iluminado, en todas partes ardían velas y lámparas de aceite. Las ramas de los pinos derramaban su perfume.


Pero Félix se admiraba porque veía que todos los asientos del coro estaban ocupados. Se fue a su asiento y a pesar de su severo recogimiento habitual no podía impedir de echar una mirada alrededor. Miraba y vio que ninguno de sus monjes estaba presente. En sus asientes estaban sentados los santos ángeles de los cuales irradió una luz esplendorosa. En el lugar del Superior de la Orden estaba sentada la Madre de Dios, la Virgen María. Algunos ángeles eran los salmistas y entonaron los himnos y salmos. Otros ángeles proclamaron las lecturas. Todo el coro de los ángeles cantaba los salmos con sus antífonas como es costumbre en Navidad. Lo especial era que esta celebración tenía una armonía especial, celestial. Las voces entonaban con precisión, las ceremonias eran llevadas con suma solemnidad; había una especie de gloria que los cubría todo. A Félix se le rebosó el corazón de gozo. Nunca había vivido así una Navidad.

Por fin llegaron los monjes del convento. Es que el santo se había levantado una hora demasiado temprano. Los frailes preparaban todo para la celebración de la Misa e Gallo y los cantos de la celebración de Navidad. Descubrieron a su venerado patriarca sentado en su lugar, inmóvil, el rostro inundado de alegría. Le preguntaron: "¿Qué ha sucedido?". Les dijo: "Ya he celebrado la Navidad con los ángeles y la Madre de Dios, la Virgen María. No me distraigan o no podré seguirles en el canto de los salmos". Luego inclinó su cabeza sobre el libro de los salmos. Había muerto. Podía continuar la celebración de Navidad en el cielo y cantar con los ángeles.

Los monjes comenzaron pronto la Misa de medianoche. No estaban tristes por la muerte de su fundador. Su corazón estaba lleno de alegría porque sabían que los ángeles ya habían comenzado a celebrar la fiesta y que ellos cantaban en el lugar de los ángeles.

No hay por qué envidiar a estos buenos monjes. Una fiesta celestial la tenemos nosotros también, cada domingo, cada día. Es la Santa Misa. Cuando viene Cristo, vienen con Él todos sus santos.. Él viene para orar con nosotros, para hablarnos, para ser nuestro sacrificio y nuestra comida. Allí no pueden faltar los santos ni los ángeles.

Los ángeles y santos son mencionados en la Santa Misa. Alrededor de cuarenta nombres son proclamados en el cánon romano(= las oraciones de la Misa alrededor de la consagración). El canto de Santo, Santo nos hace unirnos al canto de los ángeles. Esto no se hace en sueños o por medio de ritos rutinarios. Cuando se llama a los santos ellos están invisiblemente presentes. Se menciona a los ángeles, se canta su canto. Ellos están allí y cantan con nosotros. Ángeles y santos rodean invisiblemente el altar durante la Santa Misa. Ellos llevan nuestros dones al Padre. Ellos hacen de la Misa una fiesta del cielo en medio de nosotros.



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