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jueves, 2 de junio de 2016

Cuando Jesús convenció a Teresa de Calcuta de fundar las misioneras de la caridad

Recién publicado un libro que narra la misteriosa locución
que la religiosa albanesa tuvo en un tren en la India

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Gelsomino del Guercio, aleteia
Sor Teresa está viajando en un tren, a Calcuta. Estamos en 1946. Ese día tuvo lugar un hecho que cambió para siempre la vida de la religiosa, de la futura Madre Teresa, la “mamá de Calcuta”.


Alrededor suyo, en el vagón, todos los pasajeros duermen. Ella en cambio está despierta y se siente agotada. No deja de rezar, de reflexionar, de meditar sobre su condición. “Quién sabe cómo sufren esas madres que no pueden dar de comer a sus niños, que los ven morir sin poder hacer nada por impedirlo, debe ser atroz”, dice susurrando para sí misma.

La voz de Jesús
En ese punto, cuenta Roberto Allegri en “La Mamma di Calcutta. Madre Teresa” (La Mamá de Calcuta, Madre Teresa. Ancora editrice) sucede un hecho increíble. “En India hay muchas almas puras, muchas almas santas que tienen sólo el deseo de darse a Dios”, dice una voz, de repente. Sor Teresa levanta la cabeza, mira a su alrededor, pero todos duermen.

“Si sólo respondieses a mi llamada y me trajeras estas almas. Si tu las arrancaras al demonio”. Dice de nuevo la voz. Está por todas partes, Teresa no la oye sólo con los oídos, sino que advierte que la voz está en su propia mente. Y está también en el aire, en el compartimento, parece venir de los propios pasajeros dormidos.

“Salva a los pobres”
Teresa comprende, esa voz es una intuición, y su corazón empieza a latir fuerte, la emoción es enorme. Une las manos, las aprieta contra el pecho, se inclina hacia adelante. “¡Jesús! Jesús, eres tu. Te escucho, Señor, ¡Háblame, sigue hablándome!”.

“Si sólo supieras cuánto dolor siento al ver todos esos niños por las calles. ¡Toda esa gente desesperada!». La voz es aún más alta, fragorosa. Teresa responde: “Señor, esos pobres te esperan. Esperan tu ayuda, no les abandones”. Y Jesús: “No puedo ir donde ellos solo. No me conocen, ¡no me quieren! Ve tu, Ve tu entre ellos y llévame contigo”.

Teresa: “¿Yo? ¿Quieres que vaya donde los pobres que he visto esta noche?”.

Jesús: “Ellos. Y muchos otros. Yo deseo entrar en sus casas oscuras y tristes. Llévame a ellos, sé su víctima. Inmólate en tu amor por mi, así ellos me verán. Así me amarán a su vez”.

Los hábitos de María
En este punto Teresa pregunta perpleja: “¿Qué significa, que debo ser su víctima?”. Jesús: “Tu vocación es la de amar y sufrir. Y salvar las almas. Actuando así, realizarás el deseo de mi corazón”.

Cuando la monja pregunta a Jesús qué debe hacer, el Señor responde así: “Quiero monjas indias. Que sean misioneras de la caridad, que sean mi fuego de amor entre los pobres, entre los que mueren por la calle. Estas monjas me llevarán a los pobres y ofrecerán sus vidas por las almas”.

Jesús dice también: “Te vestirás con los hábitos de la sencilla, come vestía mi madre que era pobre y humilde. Tu sari será mi símbolo”.

Teresa titubea. “Señor, no se si seré capaz…”

Y aquí el último mensaje de Jesús: “No debes temer nada, yo estaré siempre con te. No me rechaces, déjame actuar. Confía siempre en mi, confía en mi ciegamente. Reza siempre con fervor y todas las dificultades desaparecerán.

En las manos del Señor
Teresa esta en oración, inmóvil, los ojos aún cerrados, pero llena de alegría, una alegría tan poderosa que la deja sin fuerzas, cansada. “He hecho como me has dicho, mamá”, dice moviendo apenas los labios. “He puesto mis manos en las de Jesús, y Él me las ha estrechado con amor”.

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