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miércoles, 29 de junio de 2016

Aprender a vivir… es como andar en bicicleta

Avanzar mientras se conserva el equilibrio: ¿cómo se hace?

Aprender a vivir… es como andar en bicicleta



Enseño a mi pequeño nieto a andar en bicicleta, se esfuerza, cae, recomienza pedaleando más fuerte mientras aprende a controlar el equilibrio… lo logra… grita alborozado. Lo mismo deberá hacer con su vida.
Si, aprender a vivir es como andar en bicicleta, es necesario avanzar mientras se conserva el equilibrio.

La vida humana es contingente, nada es seguro y muy pocas cosas hemos elegido, lo que nos debe llevar a la humildad de buscar en esta realidad su verdadero sentido, pues en ella encontramos el camino para madurar. Sin embargo, muchas situaciones las asumimos erróneamente queriendo que se ajusten a una visión ideal de la vida, con lo que nos causamos problemas psicológicos, morales, espirituales.

Aprender a vivir es entender que la vida se entreteje con experiencias que aun con sus claroscuros nos llenan de humanidad, y en las que debemos luchar porque la libertad y la paz interior no dependan del rumbo que tomen los acontecimientos.

Algunas actitudes en las que aprendí y sigo aprendiendo a poner en juego las virtudes para avanzar conservando el equilibrio.

Como cuando aprendí a buscar la alegría en las cosas sencillas y ordinarias, de cada día.
Me tome una tarde libre, caminé con mi esposa y mis hijos por el parque de nuestra colonia, luego vimos una película juntos con refrescos y bocadillos, dimos las gracias por todo al final del día.

Hay que hacer lo que se debe y estar en lo que se hace, disfrutando de todo lo que la vida me ofrece, sin esperar a que las cosas fueran de otra manera o que cuando cambien o mejoren las circunstancias, entonces mejorara mi vida y seré más feliz.

Ante las contrariedades y el dolor.
Mi hijo ingresó al hospital gravemente enfermo cuando me encontraba en la peor estrechez económica, me encontré en el límite de la desesperación y sentí que perdía mi fe.

Ante las dificultades que pueden escapar a mi comprensión, acepto que soy una pieza en un divino tablero de ajedrez y es mi padre Dios quien por mí hace las jugadas, me ama y sabe lo que hace. Yo confío y sigo hacia adelante, consciente de que arriba de las nubes tormentosas sigue brillando el sol.

Cuando me decidí a perdonar siempre.
Me decidí a visitar un viejo amigo, nuestra amistad había sido afectada por malos entendidos con su secuela de resentimientos; la alegría del encuentro y el fuerte abrazo que no dimos, fue la mayor lección sobre lo absurdos de un corazón que lleva contabilidad de agravios.
Pongo mi voluntad en luchar contra los sentimientos negativos considerando que en cada persona como en mí mismo, existe más valor positivo que negativo.

Cuando aprendí de mis errores .
Expuse mis ahorros en un proyecto fallido, perdí mi patrimonio y afecté el proyecto familiar. Me rehíce con gran esfuerzo trabajando más y mejor, siendo más prudente.
No tiene caso hacer consideraciones estériles sobre lo que pudo haber sido y no fue, acepto el presente como un reto a superar aprendiendo de los errores, consciente de que sin las pruebas o fracasos no desarrollaría nuevas capacidades.

Cuando entendí que la mansedumbre es fortaleza.
He dicho y hecho cosas que luego me avergonzaron. ¿Para qué enfadarme si termino arrepintiéndome?
Los sentimientos y emociones pueden ser un fuerte viento capaz de llevarme a donde no debo o quiero. Sé que mis estados de ánimo pueden variar como los de cualquier persona, pero me esfuerzo en controlarlos, y eso no significa que siempre este de buen humor, solo que los acepto positivamente cualesquiera que sean.

Cuando me decidí a ser fiel a mis responsabilidades y compromisos.
Falté a la sinceridad al decir que era cabeza de familia, trabajador, ciudadano y buena persona, pues por mala actitud me volví solo excusas, comprometido en apariencia, instalado en el cumplo y miento, en vez del cumplimiento cabal de la palabra empeñada.

En todas mis obligaciones de estado debo ser la mejor versión de mí mismo, de que yo me porte de esa manera dependen muchas cosas, por ello debo ser fiel conmigo mismo para que lo que diga, piense y haga, sea lo mismo en función de mis valores, seré congruente.

Cuando decidí no confundirme en la masa .
No admití ser como Vicente, que va por donde va la gente.
Pensare por cuenta propia salvaguardando mis valores, distinguiendo los hechos de las opiniones sin juzgar a las personas. Seré congruente sin temer a la crítica ni buscar la alabanza, consciente de que mi valor personal no depende del juicio de los otros. Procurare pensar bien de los demás rechazando el mal espíritu crítico y los juicios temerarios.

Cuando decidí aceptarme a mí mismo.
Dios es realista y me ama tal y como soy, mientras lucho contra mis defectos. Me hizo de un cierto modo en lo físico y en lo psicológico, y sobre esta naturaleza debo forjar mi carácter sobrellevando mis imperfecciones mientras me esfuerzo por superarlas.

No debo olvidar que lo que veo en el espejo es a la persona que Dios ama. Cualquier apariencia física no tiene que ver con el mérito en la adquisición de virtudes que forjan la imagen de Dios en nosotros.

Cuando aprendí a no me tomare tan en serio.
Se me caía el pelo y me reía a mandíbula batiente cuando mis hijos me decían que no peinaría canas y me ahorraría el tinte.

Es un gran descanso no llevar la carga de un “yo” intocable, insoportable.

Siempre podré hacer una broma sobre mis fracasos, limitaciones y carencias personales sin que decaiga mi orgullo y desmaye mi personalidad. Cómo no he de hacerlo, si aunque me esté cayendo de viejo siempre seré un niño delante de Dios y un niño no conoce el ridículo, su sonrisa nace de saberse amado.

Avanzar conservando el equilibrio es tarea de toda la vida, el hombre es perfectible en el juego de la libertad cuando asume su vida como un proyecto de mejora continua, para crecer como persona hasta el último día de su vida.

Por Orfa Astorga de Lira.
Máster en matrimonio y familia. Universidad de Navarra.

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