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viernes, 25 de marzo de 2016

Oración y cansancio. Una reflexión desde Getsemaní y 7 consejos para hacer una buena vigilia


Daniel Prieto, catholic-link 
Seamos honestos, pero no para excusarnos: No es fácil seguir a Jesús. Cuando se hace tarde y nos pide dar unos pasos más; cuando se aleja de nosotros, aunque sea la ridícula distancia de un tiro de piedra. No es fácil. Nos complicamos la vida, nos ponemos tensos y regateamos, porque «el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 38). Quisiéramos estar con el Maestro en Getsemaní, para llegar bien preparados a la Pascua, pero no es fácil acompañar a Jesús. En esas noches oscuras, cuando la cosa se pone fea; cuando vislumbramos en el horizonte el Calvario y la Cruz que se avecinan. ¿Qué hacer? ¿Cómo podemos renovarnos para velar como corresponde con el Maestro?, con aquel que «en los días de su vida mortal, ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte» (Hb 5, 7).

1. En la oración aceptamos la voluntad de Dios
Christ in the Garden of Gethsemane, Giambattista Tiepolo 1750

Se preguntaba el Padre Raniero Cantalamessa en una de sus homilías:

«¿A quién nos parecemos nosotros, cuando oramos en situaciones de dificultad? Nos parecemos a Jacob, al hombre del Antiguo Testamento, cuando, en la oración, luchamos para inducir a Dios a que cambie de decisión, más que para cambiar nosotros mismos y aceptar su voluntad; para que nos quite esa cruz, más que para ser capaces de llevarla con él. Nos parecemos a Jesús si, aún entre los gemidos y la carne que suda sangre, buscamos abandonarnos a la Voluntad del Padre. Los resultados de las dos oraciones son muy diferentes. A Jacob Dios no le da su nombre, pero a Jesús le dará el nombre que está sobre todo nombre (Flp 2, 11)» («Jesús en Getsemaní», viernes, 17 marzo 2006).

2. La posición corporal es muy importante
dormir

Buscando enseñarle el arte de la tentación, un demonio llamado Escrutopo le escribía a su sobrino Orugario en una de sus cartas: «“Lo mejor, si es posible, es alejar totalmente al paciente de la intención de rezar en serio. […]Uno de sus poetas, Coleridge, escribió que él no rezaba “moviendo los labios y arrodillado”, sino que, simplemente, “se ponía en situación de amar” y se entregaba a “un sentimiento implorante”. Ésa es, exactamente, la clase de oraciones que nos conviene, y como tiene cierto parecido superficial con la oración del silencio que practican los que están muy adelantados en el servicio del Enemigo (Dios), podemos engañar durante bastante tiempo a los pacientes listos y perezosos. Por lo menos, se les puede convencer de que la posición corporal es irrelevante para rezar». (C. S Lewis. Cartas del diablo a su sobrino).

Conclusión: el cuerpo es fundamental para tu oración y el demonio lo sabe. Por eso aunque te cueste no te sientes o recuestes en una posición que te acomode, porque seguro te quedarás dormido.


3. Arrodillarse con renovado ardor y sentido
Christ-Gethsemane-IAHP

Si puedes estate bien arrodillado, pues como decía Guardini:

«el hombre que es humilde, se siente pequeño, inclina su cabeza y doblega todo su cuerpo. Se “humilla”. Y más se humilla cuanto más grande es su interlocutor; más evidente se le presenta su pequeñez. Más le aplasta […]Uno se hace pequeño; quisiera rebajar su estatura natural para quitarse toda arrogancia – y he aquí que el hombre ya la ha disminuido en la mitad. Ha caído de rodillas. Y si esto aún no es suficiente al corazón contrito y humillado todo el cuerpo se doblará. Y el cuerpo inclinado será, por sí solo, una plegaria intensamente expresiva. […] Al doblegar las rodillas, no conviertas esa acción en un gesto precipitado, ni puramente mecánico. ¡Infúndele un alma! Y el alma de ese gesto consiste en que tu corazón también se arrodille en un profundo sentimiento de veneración ante la majestad de Dios. Cuando entras en la iglesia o salgas de ella, cuando pasas frente al altar dobla tu rodilla, lentamente, profundamente, arrodilla también tu corazón. Y, al hacer la genuflexión, dí con todo respeto: “Dominus meus et Deus meus” – ¡Señor mío y Dios mío!  Eso es humildad, es verdad. Cada vez que lo hicieres, tu alma será tocada por la gracia de Dios» (Romano Guardini. Los Signos Sagrados).

4. Ponerse de pie con reverencia
pie

Si no puedes arrodillarte o te estas quedando dormido incluso arrodillado, sin miedo ni vergüenza ponte de pie ante el Santísimo (eso si busca un lugar donde no tapes o distraigas a los otros). Otra vez nos recordaba Guardini el profundo sentido:

«Estos sentimientos de veneración pueden también traducirse de otra manera. Supongamos que estás sentado descansando o conversando. De pronto se acerca un hombre a quien profesas veneración y te dirige la palabra. Al instante te pones de pie, para escucharle y contestar a sus preguntas. ¿Por qué eso? Esta actitud de ponerse de pie significa ante todo que uno concentra sus fuerzas; en vez del abandono tan propio de quien se echa cómodamente sobre un sillón, uno se posesiona de sí mismo, toma una actitud viril. Significa que uno está atento. Estar de pie denota vigilancia, dominio sobre sí mismo, una cierta tensión. Significa, por fin, que uno está dispuesto, preparado para la acción. El hombre de pie está alerta; está en condiciones de partir hacia acá o hacia allá; inmediatamente puede ejecutar una orden, o emprender una tarea. He aquí, pues, una manifestación nueva del respeto debido a Dios. Estar de rodillas y estar de pie son como el anverso y reverso de la misma medalla. De rodillas, la naturaleza adora a Dios, reposa en su presencia. De pie, expresa su anhelo de obrar. Por eso están, de pie, en esa actitud de respeto, el “siervo fiel y atento” a las menores insinuaciones del amo; el soldado equipado para el combate. Estar de pie simboliza, pues, el sentimiento de veneración, de respeto. Por eso nos levantamos cuando -durante la Misa- a la lectura del Evangelio, resuena la “Buena Nueva”».

5. Perseverar y rezar más ante las tentaciones
tentaciones

En otra parte de su homilía el Padre Raniero Cantalemessa decía:

«”Orar es como respirar” ¿Y si ya se ha orado sin éxito? ¡Orar más! Orar prolixius, con mayor insistencia. Se podría objetar que, sin embargo, Jesús no fue escuchado, pero la Carta a los Hebreos dice exactamente lo contrario: “Fue escuchado por su piedad”. Lucas expresa esta ayuda interior que Jesús recibió del Padre con el detalle del ángel: “Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba” (Lc 22, 43). Pero se trata de una prolepsis, de una anticipación. La verdadera gran escucha del Padre fue la resurrección. Dios, observaba Agustín, escucha aún cuando… no escucha, esto es, cuando no obtenemos lo que estamos pidiendo. Su retraso en atender es ya una escucha, para podernos dar más de lo que le pedimos [11]. Si a pesar de todo seguimos orando es señal de que nos está dando su gracia. Si Jesús al final de la escena pronuncia su resuelto: “¡Levantaos! ¡Vamos!” (Mt 26, 46), es porque el Padre le ha dado más que «doce legiones de ángeles» para defenderle. “Le ha inspirado, dice Santo Tomás, la voluntad de sufrir por nosotros, infundiéndole el amor”».

6. Rezar con, y como Jesús
reza

Jesús en Getsemaní, enseñaba el Papa Benedicto en una de sus audiencias: «Invita a Pedro, Santiago y Juan a que estén más cerca. Son los discípulos que había llamado a estar con él en el monte de la Transfiguración (cf. Mc 9, 2-13). Esta cercanía de los tres durante la oración en Getsemaní es significativa. También aquella noche Jesús rezará al Padre “solo”, porque su relación con Él es totalmente única y singular: es la relación del Hijo Unigénito. Es más, se podría decir que, sobre todo aquella noche, nadie podía acercarse realmente al Hijo, que se presenta al Padre en su identidad absolutamente única, exclusiva. Sin embargo, Jesús, incluso llegando “solo” al lugar donde se detendrá a rezar, quiere que al menos tres discípulos no permanezcan lejos, en una relación más estrecha con él. Se trata de una cercanía espacial, una petición de solidaridad en el momento en que siente acercarse la muerte; pero es sobre todo una cercanía en la oración, para expresar, en cierta manera, la sintonía con él en el momento en que se dispone a cumplir hasta el fondo la voluntad del Padre; y es una invitación a todo discípulo a seguirlo en el camino de la cruz. El evangelista san Marcos narra: «Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y empezó a sentir espanto y angustia. Les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad”  (14, 33-34).[…] Después de la invitación dirigida a los tres a permanecer y velar en oración, Jesús “solo” se dirige al Padre. El evangelista san Marcos narra que él “adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejara de él aquella hora” (14, 35). Jesús cae rostro en tierra: es una posición de la oración que expresa la obediencia a la voluntad del Padre, el abandonarse con plena confianza a Él» (Audiencia General 1 de febrero 2012).

7. No escatimar, darlo todo como lo hizo el Señor por nosotros  todo
todo

El Padre Cantalemessa para graficar lo que Jesús ha hecho por nosotros, traía a colación una poesía de Tagore en la que un mendigo habla y relata su experiencia:

«Dice más o menos así: Había estado pidiendo de puerta en puerta por la calle de la ciudad, cuando desde lejos apareció una carroza de oro. Era la del hijo del Rey. Pensé: ésta es la ocasión de mi vida; y me senté abriendo bien el saco, esperando que se me diera limosna sin tener que pedirla siquiera; más aún, que las riquezas llovieran hasta el suelo a mi alrededor. Pero cuál no fue mi sorpresa cuando, al llegar junto a mí, la carroza se detuvo, el hijo del Rey descendió y extendiendo su mano me dijo: «¿Puedes darme alguna cosa?». ¡Qué gesto el de tu realeza, extender tu mano!… Confuso y dubitativo tomé del saco un grano de arroz, uno solo, el más pequeño, y se lo di. Pero qué tristeza cuando, por la tarde, rebuscando en mi saco, hallé un grano de oro, solo uno, el más pequeño. Lloré amargamente por no haber tenido el valor de dar todo. El caso más sublime de esta inversión de las partes es precisamente la oración de Jesús en Getsemaní. Él ruega que el Padre le aparte el cáliz, y el Padre le pide que lo beba para la salvación del mundo. Jesús da no una, sino todas las gotas de su sangre, y el Padre le recompensa constituyéndole, también como hombre, Señor, de modo que “una sola gota de esa sangre basta para salvar el mundo entero” (una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere)».

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