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viernes, 12 de febrero de 2016

No siento a Dios en mi oración. 10 consejos de personas que pasaron por lo mismo



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Hace unos días les dejamos un texto para que se animaran a darle un consejo a la persona que estaba pasando por esta experiencia espiritual. ¡La respuesta ha sido abrumadora! ¡Han sido más de 200 comentarios! Es una alegría que hayan participado tanto. ¡Muchas gracias!  Como fueron tantos los consejos que nos escribieron, ha exigido todo un trabajo de equipo seleccionarlos. Todos son muy profundos y edificantes, les confesamos que ¡fue una decisión difícil!
Acá les dejamos el texto de la persona que pidió consejo:

Hace ya algunos meses que me pongo delante de Dios y mi corazón enmudece. No me nacen las palabras y mi interior no logra reunir las fuerzas para elevar una oración. Puedo decir el Padre Nuestro, incluso un Ave María, pero no puedo rezarlos, ¿me entiendes? Yo sé que es probable que no lo comprendas porque es la primera vez que me ocurre. Yo mismo no hubiera entendido esta situación algunos años atrás cuando la oración me parecía la experiencia humana por excelencia y cada palabra que pronunciaba la sentía elevarse a Dios como el humo que producían las ofrendas de Abel. Nunca antes había experimentado con tanta fuerza que la oración es verdaderamente un don que recibimos y no una conquista personal. ¿Qué he hecho para perderla repentinamente? Repaso mi modo de vivir en estos últimos años y no logro identificar un momento o un acto grave que haya podido producir este efecto negativo. ¿Pero es realmente negativo este periodo de mi vida espiritual? Es indudable que es un tiempo que me hace sufrir profundamente pero, ¿acaso no podría ser una crisis que Dios permite para transformar mi relación con Él? ¿Es un acto de amor divino arrebatar la gracia de la oración para enseñarnos quién sabe qué lección? O es simplemente como me repite el mundo, que voy creciendo y la fantasía espiritual cede para dar paso al realismo trágico de la razón. Alguien me ayude, por favor.

Estas son las 10 respuestas que elegimos  ¡Muchas gracias a todos por su participación! ¡Dios los bendiga!


 1. Si Él sufrió soledad por ti, ahora tú la puedas sufrir por Él


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¿Aqué le temes? No tengas miedo. Dios si está ahí, en lo pequeño, mientras rezas. Eso es algo que nunca debes olvidar. A lo mejor no lo “sientes” ahora pero Dios está ahí. Ante todo nunca olvides que Dios es infinitamente bueno y amoroso y que es el primer interesado en tu relación con Él. La experiencia de sequedad en la oración pareciera que “no es normal”, pero si es posible que Dios lo permita incluso a las personas más santas. La misma Madre Teresa de Calcuta lo sufrió durante muchos años y ya la ves en los altares.
En algo comprendo lo que vives. Es la experiencia de rezar y rezar, pero que te falta ese “no se qué”, esa experiencia “sublime” donde parece que Dios y tú se funden en un abrazo. A pesar de todo tenemos que aprender a darle un sentido espiritual a nuestros sufrimientos. ¿No será que Dios te está permitiendo sufrir esta experiencia de abandono, para que experimentes un poco de esa soledad que Él sufrió en la Cruz?
Es curioso, pero a veces nos olvidamos que Cristo, siendo Dios, experimentó el abandono de sus amigos en los momentos en que más compañía necesitaba. Si Él sufrió soledad por ti, mira como un acto de amor que ahora tú la puedas sufrir por Él. Incluso, es un poco gracioso, ¡pero Dios podría decir lo mismo de nosotros! A lo mejor Él podría decir que nosotros somos los que estamos ausentes. –«¿Dónde está Esteban?, lo busco y lo busco, pero no aparece más que un ratito a visitarme, para incluso distraerse mientras está conmigo»–.
A veces le exigimos a Dios que se manifieste, y no está mal. Ya lo decía el mismo Señor: «Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Lc 11, 9-10). Pídele con insistencia, pero no te defraudes si sigues experimentando esta sequedad en tu oración. Vívelo como un tiempo de espera donde Dios quiere probar tu paciencia. Te aseguro que cuando menos lo esperes podrás fundirte de nuevo en ese abrazo con Dios en tu oración e incluso habrás crecido en tu fe como no lo imaginas.
Esteban Trujillo.

2. Aunque estés triste eres capaz de reconocer que existe un Dios y que anhelas una relación con Él

Muchas veces nos cuesta entender algo tan sencillo como que nuestra vida está llena de cambios. Puede que antes nos haya resultado más fácil o inclusive más profundo tener un diálogo con Dios a través de la oración diaria e intensa. Puede que ahora necesitemos tener un tipo diferente de oración porque algo en nosotros ha cambiado. Cuando aceptamos el cambio nos entendemos mejor y entendemos también nuestro entorno. ¿En qué consiste ese cambio?, pueden ser muchas cosas: hemos perdido la esperanza en algún proyecto, por alguna razón hemos caído en la rutina (no necesariamente quiere decir que toda nuestra vida lo es, sino que puede ser uno de los tantos aspectos que colorean nuestro día a día), las personas que nos rodean también nos van contagiando con pensamientos, vivencias o actitudes (por diferentes motivos cambiaron de estado de vida, ahora tienen otra manera de ver el mundo, algunos ya no están cerca de nosotros), ya hemos madurado, etc. ¡Las posibilidades son infinitas! Dios sigue estando ahí, dispuesto a escucharte. No creo que sea un período “negativo”, sino más bien uno positivo, porque aun cuando estés triste eres capaz de reconocer que existe un Dios y que anhelas una relación con Él. A veces es necesario permitirse “sentir” un poco más a Dios, cuando por mucho tiempo hemos estado acostumbrados a “entenderlo”. No sé si me explico. Hay cosas que tenemos claras: como que la gracia de Dios no se agota, como que la oración es un diálogo entre Dios y el hombre y así sucesivamente. Puede que sea un tiempo de entender menos y dejarse tocar más el corazón. Y si descubres en qué has cambiado, creo que ya tienes abierta la puerta para un nuevo tiempo en tu relación con Dios.
Sofía Salazar.

3. La obediencia es la clave de todo

¿Sabes? no eres la única que le pasa, a mi me pasó y al principio creí que era el mundo que me estaba arrojando o me estaba consumiendo. Tuve días de súplica a Dios, doblada de rodillas, pidiéndole que me dejara ver la luz porque estaba a oscuras y pidiéndole que no me abandonará porque no lo escuchaba, ¿y sabes?, su respuesta fue simple: «Obediencia esa es la clave de todo». Dios quiere de nosotros obediencia hacia Él y eso es lo que muchas veces nos falta. Creemos que los sacrificios que hacemos van a recompensar las faltas que cometemos, pero eso es equivocado. Él está ahí a nuestro lado aunque no lo escuchemos, Él nos habla pero como estamos sordos por el mundo no oímos su clamor que nos dice: «Aquí estoy, amándote y bendiciéndote».
Yackeline Gálvez Ramos.

4. Estás en otro nivel de oración: cuando el Señor te pide que silencies tus labios, abras tu corazón y lo escuches

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Yo considero que tu oración no la has perdido, por el contrario, estás en otro nivel de oración: cuando el Señor te pide únicamente que silencies tus labios, abras tu corazón y lo escuches.  Ese tiempo “de adoración” frente al Santísimo, donde estás tú con Él en una comunión de amor única, personal y llena de amor. Es como el Señor quiere que te encuentres en su presencia. Déjate llevar por el Espíritu Santo y concéntrate en adorarlo, en contemplarlo, en mimarlo, en darle tu vida, tu corazón… “sin palabras”, y te darás cuenta que al final, cuando termine este maravilloso tiempo “a solas con Él” no te imaginarás cuánto tiempo ha transcurrido en ese silencio de amor.
Alice Rendón.

5. La clave está en reconocer nuestra miseria y abandonarnos en la Misericordia infinita de Dios

Es maravilloso que Dios Nuestro Señor le hubiera permitido tener la “gracia” de sentirlo en su presencia en cada oración, es una bendición que no siempre, ni todos, llegamos a alcanzar. Yo no soy la persona indicada para orientar a nadie puesto que también estoy en una lucha constante por tratar de enmendarme en tantas y tan continuas faltas. Es maravilloso sentir un amor tan grande por aquél que todo lo creo y que dio su vida por nuestra salvación y sé que es un gran desconsuelo aparentemente “perderlo”. Recuerde en primer lugar, como dice nuestro muy querido San Francisco de Sales: «No pierda la Paz», pase lo que pase no pierda la Paz. Ponga su confianza en la Misericordia infinita del Señor, entréguele su miseria y dígale: «Señor, yo no puedo, pero Tú sí». Dios permite muchas veces que pasemos por el desierto de las pruebas y las amarguras, pero ¿acaso Cristo no padeció incluso tentaciones en el desierto? ¿Acaso Cristo no sintió temor, dolor y angustia? Claro que sí, pero ponía su plena y total confianza en el Padre a pesar de todo. No, no es fácil, pero al menos intentémoslo en Cristo, con ayuda de nuestra Santísima Madre, la medianera de todas las gracias y digamos como San Pedro, humildemente: «Señor, Tú sabes que te amo».
El mérito no está en ser santos por nosotros ¡jamás lo podríamos ser!, el mérito es reconocer nuestra miseria y abandonarnos en la Misericordia infinita de Dios. Esto no es algo negativo a su espiritualidad siempre y cuando no se suelte de Jesús (al contrario) afiáncese más a Él, recuerde que el demonio busca inquietarle y hacerle infeliz, pero usted, firme en Dios, recuerde que no hay ni una sola hoja que se mueva sin la voluntad de nuestro Dios. Recuerde que no es mérito nuestro amar a Dios, ya que Él nos amó primero, así que abandónese en Él y pida fortaleza para salir victorioso en su nombre. No se olvide de frecuentar los sacramentos de la reconciliación y la santa comunión y confíe, confíe en Dios y recuerde: Dios no nos manda ninguna prueba sin que nos haya dotado de las herramientas para salir adelante. ¡Ánimo! y si le sirve esto, solo recuerde que no soy yo quien habla, es el Espíritu Santo.
Maryaff Ichthus.

6. Dejáte maravillar por Dios desde el silencio

Lo primero que puedo hacer es felicitarte porque tu preocupación por esta situación muestra un firme compromiso por querer cumplir la voluntad de Dios y estar unida a Él en estrecha comunicación, al punto de sentirte alarmada por este momento en tu caminar de fe. Al respecto debo decirte que no se trata de un periodo negativo de tu vida, ni que solo te ha ocurrido a ti, muchos en el camino de la cruz personal hemos pasado por ello. Puedo mencionarte un ejemplo de santidad de nuestro tiempo: la Madre Teresa de Calcuta. En sus las cartas podemos conocer la profunda crisis espiritual que atravesó, lo mucho que sufrió al experimentar el silencio de Dios –que nos sabe a abandono–, tan similar al de nuestro Señor en la Cruz cuando exclamó: «Dios mío, por qué me has abandonado». Pero ni Nuestro Señor, ni la Madre Teresa (ni ninguno de los muchos santos que en la historia de nuestra Iglesia han experimentado la sequía espiritual), han culminado dando un paso atrás, contrario a ello, han permanecido firmes y ese es el mejor ejemplo para nosotros.
No se trata de mirar en Dios una conducta como la que tal vez asumiríamos nosotros y pensar: «si no lo siento, si se apartó es porque hice algo mal», porque (aunque sin duda el silencio es más que propicio para emprender una auto evaluación), este momento en tu vida es una invitación a admirar a Dios en la grandeza misteriosa que implica el silencio contemplativo. Será entonces el silencio el que te permitirá redescubrir lo que siempre te ha resultado evidente: que en medio del sufrimiento y de la duda Jesús es la respuesta, que la fe no se razona.
¡Ánimo! este momento no es para sentirte triste, sino para dejarte maravillar por Dios desde el silencio. Como diría la Madre Teresa: «El fruto del Silencio, es la oración». Aprovecha esta etapa para mirarlo en el misterio de la eucaristía y sobretodo deja que Él te mire, déjate cautivar y seducir por Él. Bendiciones.
Fabiola Andreina.

7. No te asustes ni te pongas triste, muchos de los grandes santos y doctores de la Iglesia han pasado por lo mismo

¡Querida amiga!, antes que nada, agradezco tu confianza y sinceridad para conmigo, ¡Ánimo! No te asustes ni te pongas triste, muchos de los grandes santos y doctores de nuestra Iglesia han sentido lo que tú y yo hemos sentido, que Dios nos abandona, que calla, que está ausente o simplemente no quiere contestarnos, y la pregunta que nos surge es: ¿por qué Dios me trata así?, ¿he hecho algo para merecer esto?.
Te diré la verdad, no tengo LA respuesta a tu pregunta (que alguna vez fue la mía). Mentiría si lo afirmara. Pero te contaré un poco de lo que sé. Grandes personajes han pasado por esta misma “prueba” por la que tú estás pasando, San Pedro, San Pablo, Santiago Apóstol, inclusive San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, Santa Faustina Kowalska y mil más. Tal vez San Juan de la Cruz pueda relatar muy bien lo que sientes en su poema «La noche obscura del alma» cuando dice: «¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido» (Te recomiendo ampliamente leerlo y meditarlo). ¿Sabes?, Jeremías, el profeta, al igual que tú se preguntaba lo mismo: ¿Dios no será solo un espejismo? (Jer 15,15-18), ¿no es acaso un producto mental? La respuesta a esta pregunta es: ¡No! Dios no es producto de nuestra imaginación o de nuestra necesidad. Santa Teresa de Ávila, la gran reformadora, tuvo más de 14 años de sequedad espiritual, literalmente sentía que Dios, aquel Dios al que le había consagrado su vida, la había dejado. Sin embargo no fue así, Dios estuvo con ella en esos 14 años, cada día con ella, en silencio. El amor de Dios también se manifiesta en el silencio, pero muy pocos podemos realmente acogerlo, muchos otros no entendemos cómo puede ser así.
Actualmente estás pasando por un desierto, el desierto en el antiguo testamento tiene un fuerte y hermoso significado, significa purificación. Tú lo has dicho: la oración es un don al igual que la fe.  Confiar en Él, creer en Él y lo que es más importante, creerle a Él, es difícil, requiere un gran amor. Para lograr esto es muy necesaria la oración. Como dice el Padre Ignacio Larrañaga (experto en oración y fundador de los Círculos de oración y vida), «para este diálogo no es necesario que se crucen las palabras (ni mentales ni verbales), sino solo las conciencias. Saber que las tinieblas no los ocultan, ni las distancias los separan». Él está ahí. Dios es un Dios personal, se interesa en ti como una creatura única e irrepetible, sabe lo que estás pasando en estos momentos y te ama tanto que se adaptará –como dice el Padre Larrañaga–, a tu entusiasmo o aridez; inteligencia o imaginación para lograr ese encuentro contigo. El mismo Cristo sintió soledad y sequedad, cuando dijo: «¿Padre, por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). ¿Puedes creerlo? El mismo Padre que abandona a su Hijo. Sin embargo Dios estuvo ahí, en silencio, listo para recibirlo con los brazos abiertos y así mientras en la tierra el silencio de Dios reinaba por la muerte de su Hijo muy amado, Dios (el mismo que callaba) abrió el cielo para recibir a Cristo su hijo muy amado. Es una paradoja, pero nuestra fe ¿no está llena de ellas?: una Virgen da a luz, el que muere en la cruz humillado resucita glorificado, el Dios que calla, habla en el silencio. ¡Confía! Dios no te ha abandonado en la oración. Ten fe en Él.
Angélica Vieyra.

8. Aprovecha para escuchar en el silencio, adentrarte en ti mismo y poner tu corazón junto al de Jesús

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No te preocupes ni te agobies pensando en que hiciste mal para que Dios te quitara el don de orar y tampoco pienses que es un momento negativo en tu vida espiritual, porque no es así. Dios no prueba ni castiga, lo único que puedo decir es: confía en Él. Lo que estás viviendo es un momento de desierto espiritual, pero eso no significa que Dios no está, que no escucha. Tal vez te sientas por momentos sola, pero no es así: estos momentos son muy necesarios en nuestra vida porque la oración se hace rutinaria y nos conformamos la satisfacción de sentirnos escuchados, amados, y a recibir respuestas de manera inmediata. Los momentos de desierto nos permiten adentrarnos en nosotros mismos y tener una intimidad con Dios, de corazón a corazón. Jesús mismo estuvo durante 40 días en el desierto, ayunó y fue tentado, pero siempre se mantuvo firme y confió en la Voluntad del Padre (lo demás ya lo conoces): al final triunfó. Solo te puedo decir: escucha en el silencio, adéntrate en ti mismo y pon tu corazón junto al de Jesús solo tú y Él. Confía, no importa cuánto tiempo tomará esto, a la medida que abras tu corazón, tu mente y todo tu ser, verás que el Espíritu Santo te renovará y refrescará el alma. ¡Dios te Bendiga! Y recuerda: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».
Al Mac.

9. La lección que Dios quiere enseñarte es la del amor

Ante todo te invito a que mantengas la calma. En la vida espiritual esta experiencia tuya es normal, no te preocupes, yo también he pasado por esa “falta de gusto para orar” como tú y te comprendo, no te inquietes pensando qué pecado cometiste para merecer semejante “castigo”. Podría parecerte rara tu situación, pero es necesario que no te desesperes ni pierdas la paz.
Reflexionemos un poco. Dios es un Padre Amoroso, alguien que te ama busca hacerte el bien. Por lo tanto no es coherente creer que Dios todo amor te ha “arrebatado la oración para enseñarte quién sabe qué lección”. Pero dime estimado: ¿Fuera del amor qué lección Dios querría enseñarte? Dios tiene muchas formas de comunicarse. No es que Dios ya no quiera hablar contigo solo porque “no sientes ese gusto y facilidad para orar como antes”. Ahora te invita para que lo escuches de otra manera. Acertadamente decías que la oración es un don de Dios, no es una conquista personal.  Él siempre tiene la iniciativa, la mejor prueba de ello es que ante el pecado del hombre, Dios Padre envía a Jesús como Salvador de la humanidad. En la vida espiritual, la etapa que describes por la que estás pasando es conocida como “sequedad o aridez espiritual” que es una falta de gusto o devoción por orar. Santa Teresa de Jesús (mi santa favorita) dice que: «La oración no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama». Por lo tanto toda relación de amistad es una relación entre dos personas la oración es un -diálogo- NO un monólogo, diría la Beata Madre Teresa de Calcuta: «Nosotros hablamos y Él nos escucha, nosotros callamos y lo escuchamos».
Te invito a que te abandones con humildad y silencio en el Silencio de Dios y descubras lo que quiere decirte. La amistad como una expresión del amor requiere madurar, no podemos quedarnos con los “gustos” (sentimientos), pues amar consiste en una entrega al otro, sacrificándonos por el bien del amado. El que ya no sientas “bonito” cuando ores, te recuerda que todo es don de Dios. El sentir devoción es un don de Dios (don de piedad), pero no porque no la sientas no significa que tu oración no tiene sentido o valor, de hecho es más valiosa por que supone un esfuerzo para demostrarle tu amor a Dios. Santa Teresa decía que: «En la oración no debemos buscar los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos» porque «amar no está en el mayor gusto sino en la mayor determinación». ¡Ánimo, no temas! Dios espera que lo sigas por este nuevo camino de más sacrificio sí, pero también de más intimidad y madurez espiritual. Espero que te haya sido de ayuda mi consejo. Dios te bendiga.
Rick Aguilar.

10. Dios no se muda

El desierto es por excelencia el lugar de encuentro con Dios. Eso que sientes lo han sentido los grandes profetas y los santos. El hecho de que no “sientas” nada al orar o no “escuches” la voz de Dios no significan en lo absoluto que Él no esté actuando en tu corazón. Hay un momento en la vida de todo seguidor de Cristo en que pareciera haber extraviado ese amor primero, pero Dios no se muda. Su Santo Espíritu sigue actuando. Pide al Espíritu Santo inspire tus oraciones (incluso Dios escucha nuestros silencios). El solo hecho de ponerte en la presencia de Dios ya es una ofrenda grata a Dios. Cuando no sentimos es cuando comenzamos a creer, este momento acrecentará tu fe. Como María guarda en tu corazón todas esas ocasiones en que has sentido la presencia de Dios en tu vida y vuelve en la aridez a ellas, para que su recuerdo te alimente.
Corina Castañeda.

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