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domingo, 29 de noviembre de 2015

Adviento, esperanza y humildad. Benedicto XVI


Empezamos el tiempo de adviento con alegría, aunque la Iglesia parezca vivir momento de incertidumbre y desorientación. Los seres humanos tendemos a preocuparnos por las tempestades que azotan las raquíticas embarcaciones de nuestra fe (Mt 8, 23). Nunca nos acordamos que Cristo está con nosotros, durmiendo mientras nosotros nos sentimos nerviosos y temerosos del futuro. Se nos olvida que en el Adviento nos preparamos para las tres venidas de Cristo ¿Tres? Claro que son tres: 
En el primer domingo de Adviento, el breviario romano propone a los orantes una catequesis de Cirilo de Jerusalén (Cat. XV,1-3: PG 33,870-874), que comienza con estas palabras: «Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda... Esta doctrina sobre la doble venida ha dejado su sello en el cristianismo y forma parte del núcleo del anuncio del Adviento. Todo esto es correcto, pero insuficiente. 
Apenas unos días después, el miércoles de la primera semana de Adviento, el breviario ofrece una interpretación tomada de las homilías de Adviento de san Bernardo de Claraval, en la cual se expresa una visión complementaria. En ella se lee: «Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia (adventus medius)... En la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y majestad» (In Adventu Domini, serm. III, 4.V, 1: PL 183, 45A.5050C-D). Para confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan 14,23: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él».  
Se habla explícitamente de una «venida» del Padre y del Hijo: es la escatología del presente, que Juan desarrolla. En ella no se abandona la espera de la llegada definitiva que cambiará el mundo, pero muestra que el tiempo intermedio no está vacío: en él está precisamente el adventus medius, la llegada intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma parte sin duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana. (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret II) 
El “adventus medius” es la preparación para que Cristo nazca en cada uno de nosotros. Cristo no es acontecimiento externo, que sucedió hace siglos. Tampoco el un acontecimiento que sucederá en un futuro incierto. Cristo es una realidad en cada momento de nuestra vida y por eso su nacimiento en nosotros, es tan importante. El Adviento siempre es una llamada a la conversión y a la esperanza. Dios es todopoderoso, por lo que los que le sucede a nuestra barquitas personales, también es un asunto que le interesa. No nos olvida, aunque espere tranquilamente nuestra llamada. La esperanza es una espera con sentido, por eso la espera no lleva nervios o temor. Dios todo lo puede. 
Es cierto que la sociedad y la misma Iglesia, pasa por momentos complicados y desalentadores. Los síntomas que padecemos son preocupantes y graves, pero para Dios todo es posible. Que nosotros olvidemos a Dios no quiere decir que El nos olvide. Que despreciemos la sacralidad como espacio y tiempo donde encontrarnos con Dios, no hace que Dios deje de amarnos y ofrecernos su mano. Aunque confundamos lo sagrado y lo social, creando una amalgama que no tiene pies no cabeza, Dios no nos abandona. Espera en nuestra barca tranquilamente a que le pidamos que intervenga para que la esperanza nazca día a día dentro de nosotros. 
Si nos sentimos triste, desorientados, mareados por los vaivenes eclesiales y los constante enfrentamientos que padecemos, de nada nos vale quedarnos en una esquina sufriendo. Tenemos que llamar a Cristo y decirle que despierte. Que sea Él quien pare la tempestad que vive nuestro corazón y Quien dé la esperanza a nuestra vida. Cuando Cristo fue tentado, respondió al diablo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra de sale de la boca de Dios”. 

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