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jueves, 15 de octubre de 2015

El encuentro más íntimo: hablo de sexo, pero no sólo…


Me cuesta trabajo aceptar consejos espirituales de otras mujeres. Podría enumerar los motivos: que soy orgullosa y egoísta, que parecen haber muchas palabras y calificativos, que no me gusta cuando me animan diciendo “tú puedes, mujer”, o lo contrario, la glorificación o el fracaso.
Pero la cuestión principal es que he dejado de considerar mi alma un problema que requiere algunos cambios y afinaciones aquí y allá para que todo vaya bien. La solución que mi alma necesita a menudo no es un consejo sino una relación – lo que el Papa Francisco define “el arte del acompañamiento”. Obviamente Jesús es mi primera fuente de acompañamiento. Es mucho más – es alimento, es misericordia, es consumación, esposo, hermano, todo.
Tengo además pocos amigos verdaderos que me acompañan, pero mis compañeras se han vuelto un grupo de madres santas: santa Ana, santa Isabel, santa Mónica, la beata Dorothy Day y la Virgen María.
Una vez en confesión, un sacerdote me dijo que buscara santos que habían enfrentado desafíos o habían luchado contra tentaciones similares a las mías.
Siempre he pensado en los santos como en una especie de proyecto o de modelo al cual conformar mi alma, pero aprendí que la lucha de algunos santos en particular, y su triunfo sobre el pecado con la ayuda de la gracia de Dios, tiene un valor santificador que trasciende el tiempo y el lugar –incluso la vida misma– e interesa a todo el cuerpo de Cristo. En resumidas cuentas, su lucha es mi lucha, y sus gracias son mis gracias.
Santa Ana dio a luz a la pureza. El fruto de su vientre fue la pureza. Cuando hablo de pureza, no me refiero a la pureza sexual, sino a la virginidad espiritual, a la ausencia de doblez en mi corazón. Un corazón lleno del único esposo. Una sola cosa. Amar una sola cosa es pureza, estar llenos del Único, de Jesús.
Santa Ana fue la madre de la madre de Dios y recibió la bendición de participar en el modelamiento del lenguaje de todos los cristianos. La herencia que dejaré a mis hijos pasará a sus hijos, y a los hijos de sus hijos. ¿Puedo cambiar los efectos de mi historia y su efecto en los demás?¿Puedo dar a luz a la pureza?
Santa Isabel, patrona de la hospitalidad, cuyo vientre fue paciente, y fue colmada en su vejez, fue la madre de aquel que bautizó a Jesús. “Y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”. Ella contempla la santidad en otras mujeres. Todo lo que ella es y ha concebido sobresalta de gozo en la presencia de la Pura.
Te saludo, oh llena de gracia, el Señor es contigo. Ella contempla el tabernáculo sagrado que contiene al Hijo de Dios. Y esto a una edad avanzada, cuando estaba cansada y pesada por el hijo que llevaba, y una joven virgen había venido a cuidarla. ¡Qué fácil hubiera sido para alguien como yo expresar cinismo en el momento en que santa Isabel se alegra!
Santa Mónica llora y suplica durante el tiempo necesario. No estableció límites, diciendo “Bien, lloraré sólo este tiempo y luego me enderezaré y seguiré adelante con mi vida”. No merecía lo que le hizo Agustín, ni lo que le hizo su esposo.
Me gusta Mónica porque suplica al cielo. Bienaventurados los que lloran. Será escuchada. Si una mujer es inquebrantable, ¿cómo sabrá qué pedir? Ya no quiero ser inquebrantable.
Y luego la Virgen María. Pienso particularmente en las bodas de Caná, cuando la Virgen logró ver lo que era divino en su Hijo y lo indujo a mostrarlo. Doy grandes responsabilidades a mis hijos. Los animo en el estudio y el deporte. Me gusta que sean sociables y activos en la comunidad, pero cuando llega el momento de las cosas espirituales no soy lo suficientemente determinada. Quisiera tener el discernimiento que tuvo la Virgen cuando le hizo saber a su Hijo que era su hora. No tienen vino.
La sierva de Dios Dorothy Day es una de las pocas beatas y santas cuya vida expresa la lucha contra la lujuria. Nunca me he contentado con ningún concepto de Jesús como novio casto.
He sido creada para la consumación, la necesito, y si no logro obtenerla en la Eucaristía y el servicio, entonces mi alma errante la busca en obras menos dignas.
He sido creada para consumar y ser consumada. Lo sé con la misma certeza que he sentido cuando he reposado sin vergüenza entre los brazos de mi marido, he querido casi comérmelo. He querido vivir en ese momento íntimo, y que viviera en mí.
En el glorioso misterio que pronto le siguió –ese modo en que Dios responde a cualquier oración-, otra alma vino a habitar en mí, y luego otra, y luego otras cuatro: mis seis hijos, que he alimentado con mi carne, la placenta los alimentó en mi vientre, y mi leche una vez que salieron de mí.
He sido creada para la consumación, y así ellos, para alimentarse del cuerpo de Cristo, que es la Eucaristía, y también mi carne y la suya sacramentadas por su alianza.
Mis hijos, obviamente, no tendrían idea alguna de lo que estoy hablando, ni serían conscientes de un deseo de este tipo. Aunque al inicio se manifiesta su deseo de ser vistos y conocidos, de amar y saborear los frutos del amor, rápidamente sigue la conciencia de que no es suficiente, el ojo humano, el cuerpo humano no son suficientes en sí. Incluso la mirada de Dios, aunque en toda su gloria, es sólo el principio.
Como dijo C.S Lewis, debemos ir más arriba y más adentro. ¿Todo esto parece locamente sexual? Bien, lo es. Dejaré a nuestros amigos de la industria del entretenimiento la tarea de aliviar el estigma de la sexualidad femenina. Mi vocación en la vida, si algún día llego a realizarla, es aliviar el estigma de la espiritualidad femenina, demasiado tiempo cubierta por colores pastel y devociones empalagosas.
¡Cautívame, Señor! Y al caminar con tus santas, ayúdame a dar frutos en el momento adecuado.

Por Elizabeth Duffy, que tiene un blog en Patheos, escribe en Elizabeth Duffy: Perspectives on Catholic Life, Family and Culture, y tiene obras publicadas o por publicar en OSV On FaithThe Catholic Educator, eImage.




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