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miércoles, 29 de julio de 2015

Homilía del Eminentísimo Señor Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne en el 194° Aniversario




Homilía del Eminentísimo Señor
Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Arzobispo de Lima y Primado del Perú
Misa y Te Deum
194° Aniversario de la Independencia del Perú
Martes, 28 de julio del 2015
Basílica Catedral de Lima


Hermanos todos en Cristo Jesús.
Hoy nos hemos reunido en esta celebración Eucarística para elevar nuestra oración a Jesucristo Nuestro Señor por el don de la libertad, una oportunidad maravillosa para darle gracias a Dios por todos los beneficios recibidos. Estas palabras a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia son una reflexión con el cariño que todos tenemos a nuestra patria.
Quienes vivimos en el Perú tenemos una deuda muy grande con Dios, por todo lo que nos ha concedido, a través de esta hermosa realidad que es nuestra patria. Los pueblos suelen volver la mirada a los acontecimientos significativos y fundantes de su historia para comprender su identidad. Nosotros somos herederos de la grandeza cultural del Imperio Incaico y de una civilización que hundía sus raíces en lo que fuera la Europa cristiana, principalmente de España. El mestizaje define cabalmente nuestra identidad en el encuentro de estas dos realidades culturales, cada una de ellas expresión de una pluralidad de ricas expresiones.
“Del encuentro de la fe con estas etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana en este continente que se expresa en el arte, la música, en la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidos todos por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas”1.
En la historia de nuestra Patria encontramos figuras egregias entre sus pastores, como mi antecesor Santo Toribio de Mogrovejo. Asimismo, reluce la grandeza de nuestro pueblo humilde y sencillo, no sólo dentro de nuestras fronteras, sino que se proyecta al mundo entero. Hablar de Santa Rosa de Lima y de San Martín de Porres despierta la admiración en los corazones de los pueblos de muchos países de América, Europa, Filipinas y otros del mundo entero. La fe de mujeres y hombres peruanos irradiaron con su ejemplo de bondad y amor al prójimo los primeros tiempos de la evangelización en el nuevo Continente.
Reafirmamos ese sentido humano y cristiano de la vida tan nuestro, entendemos en profundidad lo que se ha llamado la peruanidad: la esencia del ser peruanos, que es mucho más grande que la suma de ideologías o de situaciones coyunturales. El patriotismo que se alimenta del ser peruanos es “una síntesis comenzada, pero no concluida”2. Un patriotismo militante, que desde nuestra propia realidad convive fraternalmente con aquellas otras naciones que respetan la libertad de sus pueblos y saben reconocer en el ejercicio de la democracia nuestra realidad americana, la patria grande por su origen, por su cultura y por su fe cristiana. El destino del Perú es continuar realizando esa síntesis, buscando tercamente el bien común dentro de un Estado de Derecho, al interior de nuestro país y en las relaciones con nuestros hermanos del Continente. Por eso, en un día como hoy demos ese sentido primaveral de nuestra historia. Esa gran fuerza que aglutina la peruanidad y que tantas veces la encontramos en nuestro pueblo, basta pasear la geografía. Esa presencia de esos valores espirituales3.
En efecto, así ha sido. Hombres como Honorio Delgado, que desarrolló una concepción cristiana de la salud física y mental que fue reconocida en el mundo entero; como el ilustre jurista, el Dr. Domingo García Rada, que escribió esas palabras tan alentadoras: “debemos tener esperanza en el Perú y en los peruanos”4. Así también héroes que con la entrega de sus vidas plasmaron esa esperanza en el servicio heroico a la Patria, el Gran Almirante [Miguel] Grau, el Coronel Francisco Bolognesi y el Teniente José Abelardo Quiñones. Todos ellos, y muchos más compatriotas, han contribuido a configurar lo mejor de la Peruanidad. De ahí la frase universalmente conocida: ¡Vale un Perú! Vale la pena hoy contemplar la historia con gratitud, somos herederos de algo muy grande.
Reflexionemos en este aniversario patrio a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, en la necesidad de fortalecer la autoestima como un valor nuclear en todo proceso educativo desde la niñez y juventud, especialmente en la familia.
Nuestro Perú, tan querido y provisor, nos ofrece un panorama alentador y, al mismo tiempo, inquietante. Verificamos que el cristianismo es la fe del 94 por ciento de los peruanos, del cual el 80 por ciento es católico: esta realidad que campea de manera soberana en la gente más humilde y sencilla es clave para una correcta lectura del destino del país, respetando permanentemente esa laicidad del estado pero sin desconocer de dónde venimos y quiénes somos.
Un porcentaje muy alto de la población piensa que los valores religiosos colaboran y ayudan a realizar una tarea honesta, positivo en el desarrollo del Perú. Por ello con todo el respeto y con toda la verdad. ¿Cómo no llamar la atención en la trascendencia de la moral cristiana -de la honradez, de la veracidad, de la justicia, de la dignidad de toda vida humana, del respeto a la honra, etc.? ¿Cómo no darnos cuenta que estos valores iluminan nuestros pueblos? En especial, la protección y promoción de la familia, saludo la presencia del señor Presidente y la señora Primera Dama, da gusto ver que nuestro país sigue teniendo un respeto a esa célula fundamental para el desarrollo, para la inclusión y para todo proyecto social. La inmensa mayoría de la población es lo que más valora, la familia.
Por eso, todo lo que fortalezca la familia tiene la aprobación del pueblo. Todo lo que dañe a la familia tiene la desaprobación del pueblo. No aceptemos que el neocolonialismo promovido por algunas instituciones y organismos de países, poderosos materialmente hablando pero enfermos espiritualmente, el Perú tiene su propio camino, no debemos esperar iluminaciones de países que han renegado de su historia y origen y hoy caminan en la oscuridad de lo que ellos llaman prácticas modernas todas ellas en contra de la familia, el matrimonio y la vida.
Nos inquieta, con enorme respeto a todos los peruanos y sin señalar a ninguno, en muchos ámbitos se quiere introducir la mentira, la falsedad y el engaño, y se comenta con un aire de cinismo: “si todos también lo hacen”. Brotan de ahí las diversas formas de descomposición social, la falta de cumplimiento de la palabra empeñada, las variadas especies de fraude y la injusticia. Por ello, la población tiene un sentimiento de inseguridad; y de corrupción política alarmantes5.
El Santo Padre recientemente afirmaba: “El corrupto atraviesa la vida con los atajos del oportunismo, con el aire de quien dice: «No he sido yo». (…) El corrupto no puede aceptar la crítica, descalifica a quien lo hace, trata de disminuir cualquier autoridad moral que pueda ponerlo en tela de juicio, no valora a los demás y ataca con el insulto a quien piensa de modo diverso. Esa corrupción se expresa tantas veces en una atmósfera de triunfalismo. El corrupto cree que es un vencedor, no conoce la fraternidad o la amistad, vive en la complicidad y la enemistad. Es difícil corregir este estado”6. Y es una responsabilidad de todos.
El alma de nuestra Patria nos reclama a todos una mayor responsabilidad, para recuperar los valores que hicieron grande nuestra historia. No vivamos de nostalgias y sueños inútiles. Nuestra Iglesia goza, no obstante de las debilidades y miserias humanas, de una confianza y credibilidad, tal vez por aquellas palabras del Papa Benedicto XVI que afirmaba que la Iglesia “es morada de pueblos hermanos y casa de los pobres. (…) Amados hermanos: el gran misterio de nuestra salvación está en Cristo; es decir, de nuestra vida como miembros de Cristo, como parte del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, no podemos adulterarla ni reducirla. Debemos anunciar en toda su integridad y profundidad su doctrina. Muchas veces son precisamente los pobres, la gente sencilla, quien mejor lo puede acoger, aun sin comprenderlo”7. Los pobres, no la ideología de los pobres.
Finalmente, permítanme entrar con mucha delicadeza en este tema. Los próximos meses entraremos en un período electoral, que exige de un suplemento de respeto en todos los peruanos, y de manera especial en quienes de alguna manera somos autoridad frente a un grupo humano. Debemos realizar un compromiso con la honradez y la transparencia del proceso en que se elegirá a nuestros gobernantes. Una llamada muy especial de prudencia a los medios de comunicación se hace imprescindible para ayudar y orientar a nuestros compatriotas. La lícita variedad de opciones no significa ni otorga derechos para descalificar, insultar, dañar la honra de las personas en campañas destructivas de quienes no piensan como uno.
El mundo nos contempla, hemos pasado a ser de esas naciones que se contemplan como referentes. América Latina nos contempla con el deseo de ver que nuestra democracia se consolide y que el talante de solidaridad con los más pobres sea la bandera del Estado de Derecho y no la bandera de la violencia y agitación ideológica que tanto daño causó a nuestra patria. Vuelva el Perú a ocupar el lugar que tuvo en la historia de Sudamérica. Está el camino, está en nuestras manos y es un deber no faltar a esta hora en que la historia nos pone, a pocos años de celebrar el Bicentenario de nuestra independencia.
Queridos hermanos, que resuene en nuestros corazones el latir del reconocimiento que la historia nos reserva esa expresión ¡“Vale un Perú”! que resuene en el corazón y que el Señor de los Milagros y su Madre Bendita Reina de la Paz nos bendiga y a todos les deseo unas muy Felices Fiestas Patrias.
Así sea.
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1. Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia de Aparecida del CELAM.
2. Víctor Andrés Belaúnde, Peruanidad.
3. Cf. Víctor Andrés Belaunde, Peruanidad.
4. Memorias de un Juez.
5. Cf. Ipsos, 27.07.15.
6. Papa Francisco. Discurso en Roma, 23.X.2014.
7. Cardenal Joseph Ratzinger, Homilía en “Pueblo joven” de Lima, 20 de julio de 1986.





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