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jueves, 2 de julio de 2015

El único juego en el que siempre pierdes: compararte con los demás






Rafael Pérez del Solar, catholic-link

¿Alguna vez has jugado un juego en el que solamente puedes perder? La respuesta a esta pregunta es la propuesta que nos trae el segundo capítulo de “Happiness: The series” (Felicidad: la serie), unos videos realizados por Magis Center, iniciativa de la espiritualidad ignaciana, que busca explorar y compartir la estrecha relación entre la razón y la fe.

En el post del primer capítulo se cuestionaba nuestra idea de la felicidad. En este, se nos presenta un juego hecho exclusivamente solo para perder. Un juego que –por cierto– lo jugamos tú y yo día a día sin cansarnos de participar: es el juego de la comparación. Este, se vale de una experiencia muy humana: la necesidad de ser valorado, ser respetado… en el fondo saberse querido e importante para los demás.

El mundo en el que vivimos, nos ha ido llevando a degenerar esta experiencia y convertirla en una absurda competencia contra los demás, por buscar valoración. Si nos miramos a nosotros mismos descubrimos como muchas de nuestras motivaciones y metas siempre giran en torno a los demás. Nuestra medida para ser mejores siempre está fuera de nosotros.




El Papa Francisco en su homilía del 19 de mayo de 2013, nos explica lo que ocurre cuando uno se compara con los demás:

 Se acaba en la amargura y en la envidia. Eso es lo que quiere el diablo. Se empieza alabando a Jesús y luego, por ese camino de la comparación, acabamos en la amargura y también en la envidia.
En el video del “Juego de la Comparación”,  se nos explica que hay tres posibles caminos: O eres un ganador, un perdedor, o peor aún, un intermedio: no un perdedor, pero con el riesgo de serlo o no ser un ganador, pero con la “motivación” de alcanzarlo algún día.

Si eres un perdedor, te sientes inferior a todos, y sientes que todos te miran con superioridad y te evitan.  De esta forma, evitas cualquier situación que pueda arriesgarte, porque podrías ser más perdedor todavía. Terminas, aislado, solo y deprimido. Y peor aún: empiezas a “disfrutarlo” con la autocompasión.

Vive despreocupado del qué dirán, y más bien vive preocupado por amar en el día a día a los demás desde la grandeza de quien tú eres, pues Dios para eso te ha creado.

Pero si eres un ganador, todos van a reconocer lo bueno que eres, y todos van a querer estar contigo, lo cual es bueno porque afianza tu necesidad de valoración. Sin embargo, algún día, más adelante, alguien más robará tu lugar de “ganador”. Y claro, si pones tu felicidad en eso, terminarás solo, con vergüenza y desesperado. Tan malo como ser un perdedor.

Y si estás en la mitad, cualquiera se convierte en tu rival. Nunca serás tú mismo, porque estarás a la defensiva, esperando no cometer errores para ser aceptado en el círculo de los “ganadores”, y estando más bien vigilante a la espera de los errores de tus “rivales” para afirmarte en ser un “ganador”. De esta forma, te conviertes en una persona superficial, paranoica y solitaria.

No importa el ranking que tengas en el juego de la comparación: siempre vas a perder. Y lo que es peor, terminas solo y vacío. La única (y mejor) jugada, es sencillamente, NO JUGAR. Te propongo algo mejor: sé tú mismo. Vive despreocupado del qué dirán, y más bien vive preocupado por amar en el día a día a los demás desde la grandeza de quien tú eres, pues Dios para eso te ha creado. Este no es un juego, es la vida real. Y en esta vida, todos podemos llegar a ser felices, la clave es no andar por ahí comparándonos con los demás, sino ayudarnos unos a otros, vivir para darnos, entregando la vida. Allí está la verdadera ganancia.

Algunas preguntas para interiorizar

1. ¿Te descubres jugando “El Juego de la comparación” en tu vida? ¿Qué piensas hacer frente a eso?

2. ¿Te valoras desde quien tú eres realmente, o pones tu valoración en el qué dirán?

3. ¿Descubres que no encontramos la verdadera felicidad y realización en la comparación con los demás? ¿Por qué?

4. ¿Te preocupas de estar señalando a los demás, en vez de ayudarlos? ¿Por qué?

5. ¿Cómo crees que Dios nos ayuda a valorarnos a nosotros mismos?

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