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martes, 9 de junio de 2015

11 consejos para recuperar la paz espiritual después de haber pecado

Mauricio Artieda, catholic-link.com

1

Buscar la paz interior y rechazar la angustia complace al Señor

SnapwireSnaps / Pixabay
¿Qué es lo que más agrada a Dios? ¿Cuando después de una caída
nos descorazonamos y atormentamos, o cuando reaccionamos
diciendo: «Señor, te pido perdón, he pecado otra vez, ¡mira lo que
soy capaz de hacer por mí mismo! Pero me abandono
confiadamente en tu misericordia y en tu perdón y te doy
gracias por no haberme permitido pecar aún más gravemente.
Me abandono en ti con confianza porque sé que, un día, me
curarás por fin. Mientras tanto, te pido que la experiencia
de mi miseria me haga más humilde, más dulce con los otros,
más consciente de que no puedo nada por mí mismo, sino que
todo lo tengo que esperar solamente de tu amor y tu misericordia.
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2

Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Cristo

Jenny Ondioline / Flickr
¿Dónde encontraremos la curación de nuestras faltas sino
junto a Jesús? Nuestros pecados son un mal pretexto
para alejarnos de Él, pues cuanto más pecadores somos,
más necesitamos acercarnos al que dice: "No tienen necesidad
de médico los sanos, sino los enfermos... No he venido a llamar
a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9, 12-13).
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3

Si me dejo tocar por el amor de Dios, mis faltas pueden convertirse en un manantial de misericordia con los demás

Brittany Randolph / Flickr
Nuestras faltas pueden convertirse en un manantial de ternura
y misericordia para con el prójimo. Yo, que caigo tan fácilmente
¿puedo permitirme juzgar a mi hermano? ¿Cómo no ser misericordioso
con él como el Señor lo ha sido conmigo?
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4

La ansiedad y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas raramente son sentimientos puros

Kirstie / Flickr
La angustia, la tristeza y el desaliento que sentimos después
de  nuestras faltas y fracasos raramente son puros y no suelen
deberse al simple dolor de haber ofendido a Dios: en ello se
mezcla una buena parte de orgullo. Nos sentimos tristes y
desalentados, no tanto por haber ofendido a Dios,
sino porque la imagen ideal que teníamos de nosotros
mismos se ha visto brutalmente destruida.
¡Frecuentemente nuestro dolor es el del orgullo herido!
Este dolor excesivo es justamente la prueba
de que confiábamos en nosotros mismos y en
nuestras fuerzas, y no en Dios.
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5

Estar atentos a las armas del demonio: el desaliento

Ross Pollack / Flickr
Hemos de saber que una de las armas que el demonio suele
emplear  para impedir el camino de las almas hacia Dios
consiste precisamente en hacerles perder la paz y llegar a
desalentarlas a la vista de sus faltas.
Si los sentimientos que experimentamos después del pecado
 "nos causan angustia, si hacen decaer nuestro ánimo, y
si nos vuelven perezosos, tímidos o lentos en el cumplimiento
de nuestros deberes, hemos de creer que son sugerencias
del enemigo y debemos seguir haciendo las cosas del modo
habitual, sin dignarnos a escucharlas"
(Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 25)
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6

Dios es capaz de sacar frutos hasta de nuestras faltas

Amnestic_Arts / Flickr
La razón por la que la tristeza y el desaliento no son buenos radica
en que no debemos tomar trágicamente nuestras propias faltas, pues
Dios es capaz de sacar un bien de ellas. Santa Teresa de Lisieux
gustaba mucho de esta frase de San Juan de la Cruz: «El Amor sabe
sacar  provecho de todo, del bien como del mal que encuentra en mí,
 y transformar en Él todas las cosas». Nuestra confianza en Dios
debe llegar hasta ahí: hasta creer que Él es lo bastante bueno y
poderoso como para sacar provecho de todo, incluidas nuestras
faltas y nuestras infidelidades. Cuando San Agustín cita la frase
de San Pablo: «Todo coopera al bien de los que aman a Dios»,
añade "Etiam peccata": ¡incluso el pecado! Por supuesto,
hemos de luchar enérgicamente contra el pecado y batallar
por corregir nuestras imperfecciones. Nada enfría tanto el amor
como la resignación ante cierta mediocridad, una resignación que es,
además, una falta de confianza en Dios y de su capacidad de
santificarnos.
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7

Evitar la ilusión de querer presentarnos ante el Señor sólo cuando estamos limpios y bellos

captblack76 / Dollar Photo Club
En esta actitud hay mucho de presunción. A fin de cuentas,
nos gustaría no necesitar de su misericordia. Sin embargo,
¿qué clase de naturaleza es la de esa pseudo-santidad a la
que aspiramos, a veces inconscientemente, que nos haría
prescindir de Dios? Por el contrario, la verdadera santidad
consiste en reconocer siempre que dependemos
exclusivamente de su misericordia.
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8

Después de la confesión no sigas preguntándote si Dios te ha perdonado

EladeManu / Flickr
Eso significa querer preocuparos en vano y perder el tiempo;
y en este procedimiento hay mucho orgullo e ilusión diabólica, que,
a través de estas inquietudes del alma, trata de perjudicaros y
atormentaros. Así, abandonaos en su misericordia divina y
continuad vuestras prácticas con la misma tranquilidad del que no ha
cometido falta alguna. Incluso si habéis ofendido a Dios varias veces
en un solo día, no perdáis jamás la confianza en Él.
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9

Un alma en paz coopera mejor con el auxilio de Dios

Lev Glick / Flickr
No conseguiremos liberarnos del pecado con nuestras propias fuerzas,
eso solamente lo conseguirá la gracia de Dios. En lugar de
rebelarnos contra nosotros mismos, será más eficaz que nos
encontremos en paz para dejar actuar a Dios.
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10

Los humildes no se espantan de sus pecados

babymellowdee / Flickr
"Existe la ilusión, muy común, de atribuir a un sentimiento de virtud
el temor y la turbación que se siente después del pecado.
Aunque la inquietud que sigue al pecado vaya siempre
acompañada de cierto dolor, procede, sin embargo, de un fondo
de orgullo, de una secreta presunción causada por una excesiva
confianza en las propias fuerzas. Así, cuando la persona que
se cree asentada en la virtud y desprecia las tentaciones llega
a reconocer —por la triste experiencia de sus caídas— que es
tan frágil y pecadora como las demás, se asombra ante un hecho
que no debía haber sucedido y, privada del débil apoyo con el
que contaba, se deja invadir por el disgusto y la desesperanza.
Esta desdicha no sucede nunca en el caso de los humildes, que
no presumen de ellos mismos, y solamente se apoyan en Dios,
porque cuando caen, no se sorprenden ni se turban, pues
la luz de la verdad que los ilumina les hace ver que su caída
es un efecto de su debilidad y su inconstancia"
(Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli, cap. 4 y 5)
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11

El color del verdadero arrepentimiento

Philippe Put / Flickr
Necesitamos saber distinguir el auténtico arrepentimiento,
el verdadero deseo de corregirnos - que siempre es tranquilo,
apacible y confiado-, del falso arrepentimiento, de sus
remordimientos que nos conturban, nos desaniman y nos
paralizan. ¡No todos los reproches que proceden de nuestra
conciencia están inspirados por el Espíritu Santo! Algunos
provienen de nuestro orgullo o del demonio, y tenemos que
aprender a discernirlos. Y la paz es un criterio esencial en
el discernimiento del espíritu. Los sentimientos que inspira
el Espíritu de Dios pueden ser poderosos y profundos,
 pero no por ello menos sosegados.

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