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lunes, 17 de octubre de 2016

¿Por qué cuesta a los padres aceptar la vocación de sus hijos?


El papa Francisco ha convocado un Sínodo mundial de Obispos para hablar de los jóvenes y las vocaciones

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Salvador Aragonés, aleteia
Aceptar la vocación de un hijo –ya sea al sacerdocio, a la vida religiosa o simplemente al celibato apostólico— suele costar a los padres. Muchas veces ocurre que están poco preparados y eso les lleva a quedarse estupefactos, sobre todo si el hijo ronda entre los 16 y 18 años. ¡Está en plena formación! ¡Es solo un crío o una cría!, dicen. Es una reacción lógica, pero poco reflexiva.

La pregunta que deberían hacerse, una vez superada la sorpresa es:¿Nuestro hijo o hija ha recibido una llamada de Dios?Si es un matrimonio con cierta formación cristiana, practicantes, ayudarán a sus hijos a discernir su vocación, intentarán hacerles ver que si deben tomar una decisión, antes conviene madurarla para no dejarse llevar por una ilusión pasajera. Eso sí, se lo dirán con delicadeza, sin utilizar métodos autoritarios, y acompañado con una buena dosis de oración.
Se preguntarán los padres, ¿hacia dónde se orienta la vocación de nuestro hijo?, y buscarán información de las fuentes convenientes para facilitar que su hijo tome la decisión que Dios le ha pedido.

Cada vez más hay vocaciones de jóvenes que deciden entregarse totalmente y a Dios para siempre. Las Jornadas Mundiales de la Juventud invitan a los jóvenes a tener un alma más despierta y deseosa de lo que quiere Dios para ellos. En las redes sociales nos encontramos con muchísimos casos. “Señor, si me quieres allí, ¡dímelo clarísimo!”, repetía una joven periodista madrileña antes de entrar en el Carmelo hace unas semanas. ¿No vemos que hay pocas vocaciones, y que Jesús dijo que “la mies es mucha y los obreros son pocos” (Mt, 9, 37)?

La urgencia por las vocaciones ha hecho que el papa Francisco convoque un Sínodo mundial para el mes de octubre de 2018 sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”.

¿Cómo debemos actuar los padres cuando un hijo nos dice que tiene vocación? Puede suceder que cuando nace una criatura enseguida uno empiece a diseñar en su pensamiento y en su corazón el camino que nos gustaría que siguiera el hijo o la hija. “Este vale para médico, o diplomático o esta será una buena madre que nos dará nietos”. Pero estos pensamientos no siguen una lógica ni humana ni divina.

La lógica humana -si amamos verdaderamente a nuestro hijo- nos dirá que debemos educarlo en libertad, advirtiéndole de lo que está bien y de lo que está mal, en la niñez y en la adolescencia, pero siempre acompañándolo para que elija el camino al que se sienta llamado, para que esté más seguro, más libre, y así sea más feliz. Y esto nos lleva a dejar a un lado nuestros propios proyectos.

¿Deseamos la felicidad de nuestros hijos? ¿Y por qué entonces les imponemos lo que creemos que es lo mejor para ellos, aunque sea en contra de su voluntad? Si un padre es farmacéutico, o abogado, quiere que su hijo estudie Farmacia o Derecho para que tengan continuidad la farmacia o el despacho. ¡Puede hacer infeliz al hijo si no le gusta! En la vida profesional y vocacional (la profesión es también una vocación) una persona será más feliz cuando haga lo que realmente quiere.

Y no siguen la lógica divina, porque Dios, que es el Creador y como tal nos ha dado los hijos como un don, puede trazar un camino de entrega total para ellos. ¿Podemos entonces poner obstáculos a la voluntad de Dios? Me refiero a los padres y madres creyentes. Deben ayudar a los hijos a encontrar su vocación y a que la sigan con fidelidad a Dios. Cuando un hijo joven comunica a los padres que se siente llamado a una vida de entrega, es bueno que estos reaccionen con serenidad y confíen de entrada en él. Después ya vendrá el consejo prudente de hacer esperar para que la decisión sea madura; eso sí, de entrada, mostrando apoyo.

Y lo mismo ocurre con el matrimonio, pues el papa Francisco llama “vocación” al matrimonio en su documento “La alegría del amor” (AL, n 72). ¡Cuántos padres se oponen a veces al matrimonio de sus hijos porque habían escogido un “buen partido” pero distinto! Los esposos deben casarse por amor.

Por otro lado, los padres que rezan y han educado en la fe a sus hijos, no se sorprenderán de que entre ellos surja alguna vocación para la Iglesia. Tampoco hay que inquietarse si esto no sucede: la vida de la gracia es un misterio y Dios tiene sus planes.

En la vocación de los hijos hay otro tema sensible, muy humano y fácil de comprender: a todo padre le cuesta separarse de un hijo o hija cuando todavía es joven. Es natural. Luego con el tiempo verán lo felices que son, una felicidad de la que se contagiarán cada vez más. Los padres serán más felices cuando vean que sus hijos son muy felices.

De todas formas, los padres nunca dejarán de ser padres, y por lo tanto darán consejos a sus hijos y los acompañarán toda su vida para que sigan el camino que Dios les ha mostrado.


¿Dónde está el secreto, entonces? En educar a los hijos para que sean libres y responsables ante Dios y ante la sociedad. Dios hará el resto.

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